lunes, 17 de noviembre de 2008

Plaza de Toros de La Unión, la mayor arena de América del Sur convocaba a los mejores matadores y miuras españoles

Tauromaquia a la uruguaya

Fue inaugurada el 18 de Febrero de 1855, durante el gobierno del general Venancio Flores, luego de tres años de construcción dirigida por el arquitecto catalán Jaume Fontgiball sobre un proyecto de su colega vasco Francisco Xavier de Garmendia quien por entonces también participaba en el diseño del Teatro Solis. Con su llamativo estilo “neomudéjar” y sus espacios amplios que albergaban hasta 12.000 espectadores, fue el principal estadio taurino del país y de la región, mayor en capacidad y convocatoria que la Plaza del Real de San Carlos, en Colonia del Sacramento. Luego de un escándalo público, por la muerte del famoso torero valenciano Punteret, mientras intentaba banderillear a un miura sentado en una silla, las corridas fueron prohibidas en 1890. Desde entonces, la Plaza se transformó en un fantasma gigante, que se deterioró hasta su demolición en 1923. De la arena circular, con un diámetro de 100 metros, ubicada en una amplio "coso" imaginariamente limitado por las actuales calles Purificación, Odense, Trípoli y Pamplona, solo perduran vestigios de la “casa del torero”, los vestuarios donde se cambiaban los “diestros” en Odense y José Irureta Goyena, y restos de la cimentación alrededor de la circunvalación entre las calles Odense y Pamplona.

La iniciativa de los inversores Tomás Basañez y Norberto Larravide fue una respuesta comercial a la popularidad de la tauromaquia en Uruguay, luego de la Guerra Grande, cuando la zona cambió su primera denominación, “Villa Restauración”, por “La Unión”. Tanta fue la “fiebre taurina” entre mediados y fines del siglo XIX, que una agencia marítima, La Platense, fletaba un barco, El Apolo, traía a miles de aficionados porteños que arribaban de mañana y regresaban a Buenos Aires de noche.
La arena de forma circular, con un diámetro de 100 metros, estaba ubicada en una amplia manzana limitada por las calles Purificación, Odense, Trípoli y Pamplona, a seis cuadras al norte de la avenida Ocho de Octubre por la calle Lindoro Forteza. De la antigua plaza de toros apenas perduran vestigios de la “casa del torero”, los vestuarios donde se cambiaban los “diestros” en Odense y José Irureta Goyena, y restos de la cimentación alrededor de la circunvalación entre las calles Odense y Pamplona.
La actual denominación del espacio público evoca la memoria de Joaquín Sanz Almenar, “Punteret”, el torero valenciano muerto el 26 de febrero de 1888 cuando intentaba banderillear sentado en un "pase de silla" al bravo “Cocinero”, un miura de 500 kilos gestado en la ganadería del célebre criador D. Felipe Victova. Algunos testigos dijeron que la acción fue por una apuesta, por mucho dinero, otros aseguran que “Punteret” sufría una depresión biológica y que ingresó al ruedo bajo una fuerte crisis. La prensa definió aquella maniobra como “descabellada y suicida”.
Luego de la muerte del valenciano, el dictador Máximo Tajes firmó el decreto—ley Nº 2017, del 12 de setiembre del mismo año, que prohibió las corridas. Se cuenta que en la decisión influyó su ministro más cercano, Julio Herrera y Obes, atento a la opinión popular y con apetencia presidencial. Tajes pospuso la vigencia ejecutiva de la orden hasta el final de su período. El 1 de marzo de 1890 asumió la primera magistratura Herrera y Obes, el domingo 2 se celebró la última lidia en la Unión, a beneficio del Hospital Asilo Español. El 3 de marzo de 1890 comenzó a regir la prohibición.
Estacionamiento de la Plaza, repleto de carretas.
Una placa colocada por la Intendencia de Montevideo informa que allí estuvo el principal escenario de la tauromaquia en el Cono Sur sudamericano, donde actuaron los más famosos matadores españoles, mexicanos, colombianos, enfrentados contra los mejores ejemplares taurinos del mundo en su tiempo.

El incendio de 1871
La tragedia fue una primicia del diario El Siglo en su edición del día después que las llamas destruyeran las tribunas de madera de la Plaza de Toros de la Unión, el domingo 14 de mayo. El investigador y coleccionista Gustavo Fernández Galván, vecino del barrio, investigó los principales episodios del mayor circo taurino montevideano durante las casi siete décadas que estuvo en pie. “Hubo dos incendios, uno en 1869 y otro, el mayor, en 1871, según nos contaron ancianos de la zona que a su vez recordaban los relatos de sus abuelos”, cuenta Fernández Galván.
La muerte de Punteret, óleo.
Las pérdidas fueron totales, pero “como todavía era muy bueno el negocio de la tauromaquia, sus propietarios invirtieron en su reconstrucción con materiales más sólidos, así lo transformaron en un sólido estadio de ladrillos”, explica. 
“Lo que no pudieron los incendios, sí lo consiguió el escándalo por la muerte de Punteret. Desde 1890, año en que fueron prohibidas las corridas de toros, La Unión sufrió un rápido proceso de despoblación, similar al de la Posguerra Grande, y la Plaza se transformó en un fantasma gigante, que se deterioró hasta su demolición en 1923. En la actualidad solo queda la casa de los toreros, donde poco después nació el jurista José Irureta Goyena, un inmueble histórico pero muy mal conservado”, afirma Fernández Galván.
Luis Bonavita Fábregat (1895—1971), erudito en historiador de la Unión, recogió la biografía del ingeniero hamburgués Rudolph Katz. El técnico nacido en Hamburgo, emigrado a Montevideo en 1870, participó en la reconstrucción de la Plaza de Toros luego del último incendio. "Fue quien opinó que la única solución viable era el ladrillo y el metal con buenos cimientos. Así se realizó la obra, pese a la protesta de los empresarios que preferían mantener la madera para gastar menos”, anotaba Bonavita.
Katz trabajó también en las principales propiedades del dictador Máximo Santos. De él se cuenta que una tarde de octubre de 1885 hubo una discusión con el tirano en la Plaza de Toros. Se sentaban juntos, aunque no eran amigos y pese a que el hamburgués consideraba que aquel espectáculo era "bárbaro e inhumano”. Ofendido por un comentario de Santos, a quien le llevaba más de 40 centímetros de altura, al otro día se fue a vivir a Buenos Aires. “Cuánta soberbia y despotismo en un envase tan pequeño”, fue su comentario cuando embarcaba en el puerto de Montevideo, mientras juraba que nunca más iba a regresar. Así fue, como buen alemán, Rudolph cumplió con su palabra.

Calle Odense sobre la plaza, 2017.
5.000
Fue la cantidad de espectadores que asistieron a la última jornada taurina en la Plaza de la Unión. Una muy buena concurrencia si se tiene en cuenta que después de la muerte de “Punteret” hubo un gran movimiento contra la tauromaquia, con protestas, debates y enfrentamientos entre taurófilos y opositores al espectáculo.

Embolados”
En 1899 se restablecieron las corridas sin sangre, con toros “embolados”, con sus astas cubiertas por protectores que hacían casi imposible una cornada, y con toreros que tenían prohibido matar. El retorno fue nueve años después de la última faena, un tiempo extenso en el que el fervor taurino quedó casi extinguido. Luis Bonavita Fabregat afirmaba que “la demolición de la plaza fue inevitable cuando la perspectiva de la restauración de la fiesta se presentaba como lejana e improbable."

La histórica arena alberga a otras crías.
Plaza de la Caridad, Del Mercado, Del Cordón
Los primeros antecedentes taurinos en la Banda Oriental se remontan a 1761, cuando el picador Sancho Escudero se celebró tres corridas en honor de la proclamación del Rey Carlos III. Según el historiador Ernesto Daragnés, quince años después el Cabildo de Montevideo autorizó al Hospital de la Caridad a construir un “coso” en la Plaza Fuerte, para organizar espectáculos con fines de beneficencia. La plaza de forma octogonal, construida en madera, estaba ubicada en la manzana limitada por las actuales calles Maciel, Sarandí, Guaraní y Washington, a la altura de la escollera Sarandi.
En 1785 fue abierto un escenario en la Plaza Mayor (actual Plaza Constitución o Matriz). Durante más de un año fueron organizados más de cien espectáculos taurinos en el espacio limitado por las calles del Mercado (Sarandí), Ituzaingó, Juan Carlos Gómez y Rincón.
Campo Euskaro.
—En 1823 se reanudaron las corridas en la Plaza Matriz, las autoridades las seguían desde el piso superior del Cabildo y Reales Cárceles.
En las temporadas de 1834 y siguientes, en la Plaza del Cordón actuó el célebre matador sevillano Manuel Domínguez Desperdicios. Otros toreros de relieve que ofrecieron su arte taurino en el Uruguay fueron Pedro Aixelá "Peroy", Fernando Gómez "El Gallo" y Luis Mazzantini, quien además de torero era un melómano aficionado a la ópera que frecuentaba los principales teatros montevideanos, su preferido: el Solis.

Villa Colón, Euskaro
Otra plaza en la que hubo corridas fue la de Villa Colón, una arena portátil, regenteada entre 1894 y 1899 por la sociedad Curro Cúchares. El palenque más concurrido a principios del siglo XX fue inaugurado el 6 de Enero de 1900 en el Campo Euskaro, construido en madera por Juan Pedro y Bernardo Gazet. Sus tribunas que rodeaban un diámetro de 30 metros, albergaban a 6.500 espectadores. En el Euskaro actuó la Cuadrilla de Niñas Toreras dirigida por Emilio Soler Canario, con primeras figuras: Isabel Cerro, Lola Salinas y María Soriano. Permaneció abierto solo un año, hasta el 20 de enero de 1901.

Real de San Carlos
Hubo corridas en Paysandú, Mercedes, Melo, Salto y Rosario, pero el escenario más significativo fuera de Montevideo fue la Plaza de Toros del Real de San Carlos, ubicada en el paraje que fuera un antiguo campo militar colonial, a cuatro quilómetros del Barrio Histórico de Colonia del Sacramento que UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad en 1995.
—La única plaza de toros uruguaya, muy similar a las de España, conserva arcos y algunos detalles de circunferencia realizados por el arquitecto argentino José Marcovich sobre una estructura importada desde Gran Bretaña, armada bajo supervisión del ingeniero Juan Dupuy.
En el recinto de hierro y cemento, diseñado en estilo “mudéjar”, se extiendía un ruedo de 50 metros de diámetro, con patio de caballos, diez chiqueros, enfermería, capilla, sala de toreros y oficinas.
El "coso" coloniense fue inaugurado el 9 de Enero de 1910, con ocho lidias de ejemplares de Juan Nandín por las cuadrillas de Ricardo Torres "Bombita" y su hermano Manuel. Entre los banderilleros figuraba el valenciano Vicente Gisbert "Pala". El espectáculo fue presenciado por más de 8.000 espectadores, en su mayoría argentinos que llegaron en los vapores Rivadavia, Tritón y Colonia, de la Compañía Mihanovich.
Manuel Caballero, hijo del cónsul español, había tramitado un permiso municipal para edificar el Complejo Turístico Nicolás Mihanovich con muelle, hotel, restaurante y un teatro donde se ofrecían veladas artísticas, deportivas y sociales. Allí hubo un centenar de corridas taurinas, a pesar de las protestas populares, hasta la prohibición decretada en 1912 por el presidente José Batlle y Ordóñez.
En 1943 fue transferido a la Intendencia de Colonia, a causa de las demandas judiciales contra la Sociedad Real de San Carlos.  Su estructura de estilo sevillano puede visitarse y apreciarse desde las afueras del recinto, cercado por vallas para limitar el acceso al interior. Desde hace más de medio siglo, el complejo declarado Monumento Histórico Nacional aguarda una recuperación edilicia que le permita cumplir con los fines culturales que merece.

Parque Central, Parque Rodó
Luego de la prohibición definitiva de la tauromaquia, decretada en 1912 por el presidente José Batlle y Ordóñez, hubo corridas en plazas de toros, una en el Parque Central, abierta por iniciativa del Club Guerrita, y otra en la cancha del Club Atlético Defensor. En el estadio de Club Nacional de Football, el 29 de febrero de 1920 se presentó el célebre matador sevillano “Joselito”, con quien alternaron José Antonio Sotomayor y Gabriel Hernández "Posadero". En 1930 fueron organizadas las corridas en el “coso” del Parque Rodó, sin mayor brillo y sin emociones, porque, como dicen los taurófilos “sin sangre no hay pasión”.
Eduardo Poggio.
Entre 1935 y 1937 se celebraron las últimas fiestas taurinas en Uruguay, cuando la prohibición fue levantada en forma parcial y transitoria por iniciativa del general Alfredo Baldomir, al tiempo que comenzaba la construcción de una nueva plaza en terrenos aledaños al Parque Central.
—Allí se presentó el matador valenciano Manolo Martínez, el peruano Adolfo Rojas, y Guillermo Marín, el primer torero “doctorado” en el país. La ceremonia fue muy difundida por la prensa nacional e internacional, pero su título nunca tuvo validez en España. La Plaza de Toros Central permaneció en pie hasta el 22 de Marzo de 1941.

Eduardo Poggio
Fue el único torero profesional uruguayo, nacido en San José el 4 de octubre de 1914. Recibió la borla de doctor en la plaza de toros de Barcelona el 25 de Mayo de 1947, con un padrino ejemplar, Juan Belmonte Campoy, y un testigo reconocido, el peruano Raúl Acha "Rovira". El toro de la cesión fue Campolargo, del hierro de Marcelino Rodríguez.


Afiche sobre la muerte del torero valenciano.
La muerte de Punteret
"Se dio suelta al toro tercero de la tarde, Cocinero, que salió del toril con tantos pies que el buen banderillero Serranito lo juzgó a propósito para ejecutar el salto de la garrocha y hasta lo intentó dos veces, pero en ambas demostró la res su picardía, porque se arrancaba rápida como una bala en cuanto le citaba el torero, y cuando éste, confiado, armaba la garrocha para dar el salto, se paraba en seco el toro para medir el terreno y asegurar la cogida y se arrancaba otra vez con las de Caín."
"Entraron en funciones los piqueros, y en este tercio dio nuevas pruebas de mala intención el bicho, que sólo embestía cuando podía colarse sorteando la puya. Consecuencia de esto fue que Cocinero pasó a banderillas con todas sus facultades, y conociéndolo Hierro y el Ecijano, quisieron ver si lo aplomaban algo antes toreándolo al alimón. El toro entró bien a los dos primeros capotazos, pero no quiso dejarse engañar por el tercero; miró los bultos, eligió el que mejor le parecía, y en vez de irse hacia el percal, embistió al Ecijano con tal ímpetu, que no le cogió y le destrozó por verdadero milagro."
"La cogida de Punteret", grabado, c. 1900.
"La suerte no tuvo el lucido fin acostumbrado; pero como siempre sucede, fue muy aplaudida. Estos aplausos excitaron el amor propio de Punteret, que, por desgracia suya, no había salido a la plaza en perfecto estado de serenidad, y proponiéndose obtener una ovación cogió un par de rehiletes y una silla, para quebrar tan arriesgada suerte."
"Al coger la silla se dio con ella un tremendo golpe en la cabeza y ya, completamente aturdido, por su anormal estado y por el golpe, colocó el asiento en la jurisdicción del toro, en sitio en que todos los inteligentes vieron que no había escape. No se pudo evitar la desgracia. Cocinero, que repitió sus faenas de la garrocha y de la suerte de varas, se arrancó al cite del torero, se paró de pronto cuando estuvo más cerca, lo enfiló bien y le embistió sin darle tiempo a separar las piernas que imprudentemente había cruzado para lucirse más."
"La cornada fue tremenda. Punteret quedó tendido, inanimado, en el ruedo y el toro se revolvió para recargar y destrozarle, pero atrajo su atención la silla y la hizo añicos dando lugar a que acudieran los peones,le distrajesen y se llevaran el cuerpo. Cuarenta horas después fallecía éste víctima de una peritonitis según unos, del tétanos en opinión de otros, y del enorme destrozo que el cuerno produjo en sus entrañas según la creencia general."
Sansón Carrasco (seudónimo del periodista y escritor uruguayo Daniel Muñoz), aficionado y cronista de tauromaquia, Montevideo, Marzo 1888.

Joaquín Sanz Almenar
Joaquín Sanz Almenar, Punteret.
"Era el nombre de Punteret, torero valenciano nacido en Játiva el 10 de octubre de 1853. Realizó su primer paseíllo el 9 de enero de 1879, en la Plaza de Madrid, acompañado por el novillero Juan Pastor. Para completar su todavía escasa formación taurina, se alistó en calidad de subalterno en la cuadrilla del coletudo toledano Ángel Pastor Gómez."
"Se presentó en Madrid como matador de novillos en la corrida celebrada el 9 de enero de 1881, y desde el primer momento logró las simpatías del público, era valiente, apuesto y tenía innegables cualidades para la lidia de reses bravas."
"Con la cuadrilla de Ángel Pastor y en calidad de banderillero volvió á salir en la plaza madrileña el 5 de junio del mismo año. Deseoso de avanzar y consíderandose suficientemente preparado, tomó la alternativa de manos de Luis Mazzantini, en Sevilla, el 3 de enero de 1886, y Frecuelo le confirió el doctorado en Madrid, el 10 de octubre siguiente."
"Fue una alternativa memorable por lo accidentada y tal vez otro en lugar de Joaquín hubiese renunciado al toreo aquella misma tarde. Era el ganado de la vacada de D. Eduardo Ibarra. El que rompió plaza se llamaba Coriano, y era negro, bragado, ojalao, de libras y bien puesto de defensas; todo el aspecto de un toro excelente , pero los hechos de de un malísimo toro."
"Pasó a banderillas con el morrillo limpio y se las pusieron de fuego. En el último tercio, Punteret, ayudado por Frascuelo, dio a Coriano 53 pases y entró a matar pinchando en hueso; el toro le acosó y le cogió sin graves consecuencias; entró por segunda vez, con otro pinchazo delantero, y nuevamente fue derribado; a la tercera fue acosado también y se vio en peligro, y, por último, terminó con una estocada caída, después de la cual se retiró a la enfermería y no volvió a salir en toda la tarde ¡pobre Punteret¡"
Plaza de Toros de la Unión, c. 1910.
"Acabada en España la temporada taurina de 1896, embarcó rumbo a Uruguay en donde pronto cosechó grandes triunfos entre los buenos aficionados montevideanos. Como quiera que a su regreso a España no alcanzó ni por asomo el éxito logrado en plazas de ultramar, retorno a Montevideo para hallar allí el triste fin que le tenía deparado su destino."
"Aconteció cuando se había propuesto banderillear sentado en una silla sobre las arenas de la plaza montevideana de La Unión, el toro Cocinero le alcanzó de lleno y le causó unas heridas cuya extrema gravedad le llevaron a morir en la capital uruguaya al cabo de dos días."
"Lo peor de lo peor de lo que le puede pasar a un torero, si se quiere el colmo del torero: ser muerto por un toro y que gracias a ese episodio se prohíban las corridas en un país. De todas formas, gracias Punteret, tu muerte no fue en vano."
Sobre la base de los portales MCN Biografías, Madrid, y La Lidia, Gaceta Cultural Taurina, Santander, España

Juan Alejandro Apolant, historiador de la vida y de la muerte

Génesis de la memoria uruguaya

De profesión filósofo, de oficio comerciante, fue alumno y docente de la Universidad de Leipzig durante la República de Weimar. Refugiado del nazismo, emigrante a Montevideo, fue el más erudito investigador y genealogista rioplatense, autor de dos obras de culto: Génesis de la familia uruguaya (1966), Operativo Patagonia (1970).

¿Qué infame designio pudo condenar a la desmemoria a nuestro más creativo y erudito historiador social del siglo pasado? El olvido colectivo se dio, casi, naturalmente. No importó su capacidad de emprender conocimiento, comparable con la temeraria audacia del pensamiento griego. Ni su sabiduría, que evocaba a las más memorables mentes renacentistas. Es muy probable, especulando por especular, que en su Prusia natal su obra hubiera merecido una difusión digna de sus investigaciones sobre la vida y la muerte. Miles de hombres y mujeres están microscópicamente detallados en su archivo. Como él, héroes sin bronce, también injustamente olvidados. Produjo historias uruguayas, pero su patria adoptiva le reservó un mínimo espacio, ni siquiera equiparable con sus ricas, pero breves, Instantáneas de la vida colonial. Apenas recuerda su nombre una calle de una cuadra, que termina en el parque  Villa Biarritz. No mejor suerte tuvo su inmenso trabajo de dos décadas. Fuera de un círculo reducido de colegas y amigos, solo mereció dos renglones en un ensayo de su entrañable admirador: Carlos Real de Azúa.

Publicado en el Número 33 de la Revista del Instituto de Estudios Genealógicos del Uruguay (Montevideo, 2004) y traducido al alemán para la revista Philosophie Magazin (Berlín, 2010)
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Juan Alejandro Apolant nació el 25 de mayo de 1903, en Belgard (antigua Pomerania, hoy Biolgard, Polonia) por entonces, localidad del nordeste alemán de 12 mil habitantes. Muy poco después de cumplir seis años se familia se radicaba en Berlín. Su padre Stephan, médico de profesión, había aceptado una muy buena propuesta laboral. El joven hizo secundaria en la capital, primera etapa universitaria en Múnich,  en 1926 se doctoró en Filosofía por la Universidad de Leipzig con una célebre tesis sobre los sindicatos "amarillos" alemanes. Fue un filósofo muy original, que aplicó sus conocimientos académicos al desarrollo de estrategias comerciales y como agregado científico de la Cámara de Industria y Comercio de la República de Weimar.
Fue periodista desde muy joven, con un destacado pasaje en la página de economía y finanzas del diario berlinés Vossische Zeitung y colaboraciones en revistas científicas. Ellen Apolant Segall, hija del historiador, no oculta su admiración por una “figura paterna valiente y ejemplar”, que por íntimas convicciones se atrevió a desafiar al creciente poder nazi. "Promediando 1935 mis padres viajaron a Londres, en visita a parientes ingleses de ambos lados de la familia. Allí se dieron cuenta de lo que realmente estaba pasando en su querida patria. A mí me resulta difícil pensar que dos personas tan inteligentes no se habían percatado antes de lo que ocurría a su alrededor. También es cierto que la Berlín de esa época era una explosión del bienestar, de teatros, de cultura, de diversión. Eran jóvenes y había censura y no se sentían personalmente agredidos, pero tenían principios éticos muy fuertes. No deseaban criar a sus hijos en un ambiente que hacía del racismo un paradigma ético. Ellos sintieron la necesidad de autoexiliarse como repudio a la dictadura más cruel de la historia de la humanidad."
Apolant comenzó escribir a sus amigos en el extranjero; Sudáfrica, Australia, Estados Unidos. Recibió dos ofertas de trabajo, de Inglaterra y España. "Pero mi madre, insistió que si dejaban Alemania, debían también irse de Europa. ¡Que visión!" Ellen recupera la idea familiar de autoexilio con una memoria cargada de afectividad.
Mandó una carta a Buenos Aires, el 20 de agosto de 1935. Un primo hermano era dueño de un negocio de importación de tejidos en la capital argentina, Hirschberg Ltda. Le escribió en español, para evitar la censura. Luego de un mes de obsesivo aprendizaje. Tras lectura de su primer texto castellano, se comprueba apenas un par de mínimos errores de sintáxis.
La rama inglesa de la familia vivía en Manchester, pero pasaba seis meses en el Río de la Plata. "Freddy Hirschberg, le contestó el 3 de setiembre. Siempre había querido abrir una sucursal en Montevideo. Si mi padre tenía interés, podría hacerse cargo de ella, garantizándole trabajo por un año." En 1936 abandonó definitivamente Alemania.
Apolant regresó solo a Londres, con la mayor discreción. De allí a Buenos Aires y, al poco tiempo, se radicó en Montevideo; su familia lo siguió más tarde. "Aquí, mis padres entregaron sus pasaportes alemanes. Pasaron tres años como apátridas, hasta que en 1939 el gobierno del general Alfredo Baldomir les otorgó ciudadanía uruguaya. Mi hermano Rolf y yo, no tuvimos nacionalidad hasta la mayoría de edad.”
Ellen lo recuerda como “culto y de humor proverbial. De talla escasa, bastante calvo, con anteojos, vestido siempre elegante, y muy movedizo”. También evoca a su madre, Ellen Segall. “Era alta, morocha, fina, muy simpática y elegante. Fue una verdadera secretaria ejecutiva, que lo secundó eficientemente en sus trabajos de investigación histórica y genealógica." Sus primeros años en Montevideo fueron de desarrollo estrictamente comercial, como importador de telas de Manchester. La empresa de registro textil Apolant y Cia (luego Apolant SA), cerró sus puertas en 1955, por el retiro de su titular.

Preconceptos que comienzan a caer
Ni él, ni su esposa, ni sus dos hijos, tenían sangre criolla, pero sí sus nietos, de apellido Apolant Villar. Por ellos, comenzó a investigar genealogías rioplatenses. Esta circunstancia lo interesó definitivamente en la historia hispánica de la Banda Oriental.
En diez años de investigación, creó el mayor banco de datos de demografía colonial del Río de la Plata, de donde salió la primera edición, en un solo tomo, de su libro Génesis de la familia uruguaya, editado por primera vez en 1966. En la obra identifica, uno por uno, a los fundadores de Montevideo, en su mayoría, canarios de La Laguna.
En 1970, publicó otro clásico imprescindible de la historiografía rioplatense: Operativo Patagonia. Historia de la mayor aportación masiva a la Banda Oriental. “Su minuciosa investigación, demuestra que tres cuartas partes de los actuales uruguayos, tenemos por lo menos un ascendiente entre aquellos frustrados colonos patagónicos", afirma Daniel Ramela, genealogista e historiador de San José.
Ramela disfruta, íntimamente, su relación genealógica con la familia Apolant. “Don Juan estuvo muchas veces en nuestro pago, investigando. Seguramente, ellos no lo saben, pero aquí descubrió que su nuera, de apellido Villar, también descendía de mi pariente asturiano, Manuel Fernández Félix, nacido en San Esteban de Morcín, Oviedo. Para más datos, Don Manuel fue el primer alcalde de la antigua villa, fundada en 1782. Está sepultado en el cementerio de San José, nicho N° 1.”
Apolant recorrió cada pueblo, buscando huellas de los fundadores de la antigua Banda Oriental. Pero también estuvo dos veces en Sevilla, estudiando documentos de embarque de los Archivos de Indias, de donde surgía la filiación de cada emigrante español que vino al Río de la Plata. “En aquella época no había fotografías. El viajero era descripto de puño y letra. A veces, se daban datos pintorescos. Por ejemplo, el documento de mi antepasado Nicolás Perera, también fundador de San José, informaba su color de cutis, cabellos, ojos, estatura, complexión, y al final, graciosamente decía: faltoso de dientes y algo lisiado del pie derecho.”
Ramela, un revisionista de la historia de su ciudad, que se proclama “maragato, pero de sangre asturiana”, se dedica hace más de cuatro décadas a rastrear datos particularmente interesantes, muchos surgidos de las investigaciones de Apolant. “Su objetividad le permitió romper un erróneo preconcepto sobre la inmigración hispánica del siglo XVIII. Durante años hubo unanimidad sobre la supuesta mayor influencia de gallegos, canarios y vascos; y en menor medida de andaluces, catalanes, asturianos, valencianos y castellanos. Pero, grande fue la sorpresa cuando supimos que, de un total de 980 familias españolas arribadas al Río de la Plata en el último cuarto de ese siglo, 294 eran asturianas, apenas superadas por las castellanas. La mayoría vino directamente desde España, pero, hubo un amplio grupo proveniente del Puerto San Julián y de Carmen de Patagones, luego de un éxodo increíble, provocado por el fracaso de lo que Apolant sabiamente denominó Operativo Patagonia.”

Historiador de la vida y de la muerte
La muerte de Apolant, el 26 de diciembre de 1975, por un infarto masivo, en el consultorio de su médico, no tuvo una gran repercusión pública. “Fue una pérdida demasiado importante para la memoria colectiva, uruguaya y rioplatense”, afirma Marta Canessa de Sanguinetti, su alumna y antigua compañera en el CESPAU. “Don Juan fue un maestro entrañable, generoso y renovador. Fue al rescate de un pasado uruguayo abusado por el olvido, por la necesidad mitológicamente arquetípica de las historias nacionales, de crear héroes de bronce. No pretendía revelar la existencia de héroes sino, únicamente, de seres humanos viviendo su aventura vital. Por eso fue un historiador de la vida y también de la muerte.”
Canessa hizo una emotiva semblanza en el homenaje del Instituto Histórico y Geográfico, en 2003, cuando se conmemoraron 100 años de su nacimiento. Apolant fue uno de sus más destacados académicos de número. “Hurgó nuestro siglo XVIII, con dedicada soltura y energía: registros parroquiales, judiciales, militares y censos. Cotejó, expurgó, incendió tradiciones nobiliarias, resaltó otras de gente humilde, como la de los esclavos. El sentido del honor y el deshonor, la honra y la deshonra y su enorme peso en un tiempo social puntilloso. Tiempo ibérico del antiguo régimen estamentario, en el que regían la limpieza de sangre y la limpieza de oficios. Limpiezas que, para una sociedad de órdenes, incidían profundamente en las probabilidades y posibilidades de movilidad, social y económica de los individuos.”
Como obra póstuma, en 1976, se imprimió nuevamente su Génesis de la Familia Uruguaya, corregida y aumentada, en tres tomos, más un cuarto de índice. La edición fue solventada recién en 1979, gracias a una suscripción previa organizada por familiares, amigos y colegas, historiadores y genealogistas, en su mayoría nucleados en el Centro de Estudios del Pasado Uruguayo y el, por entonces, recién fundado Instituto de Estudios Genealógicos del Uruguay.
Canessa destaca el método de exposición genealógica creado por Juan Apolant, quien diseñó un índice en que cada familia se identifica con un número. "Que no es al azar, porque responde a la base primaria de datos que toma como punto de partida, que son los libros parroquiales de Montevideo (casamientos, bautismos, defunciones) desde 1727 a 1767. A su vez, cada uno de los contrayentes y los testigos son identificados con otro número: por ejemplo, el marido con un (1), la mujer con un (2), los testigos -si hay información- con (3), etc. Luego vienen los hijos, nietos, parientes, también con su 'gran-pequeña' historia a cuestas. Partiendo de estos registros montevideanos, Apolant se introduce en otros de Argentina, de Canarias, de la Península y también de Paraguay, Bolivia y Perú. Por supuesto que entran otros variados archivos, actas del Cabildo montevideano, bibliografías (con su severa crítica) y jugosos registros, como es el caso de los judiciales, donde se destacan los testamentos por la riqueza de información que nos prestan sobre los avatares, materiales y espirituales, que vivieron aquellos seres de nuestro pasado. Es su vida y es su muerte, que tenemos ante nuestros ojos. Todo ello en una especie de encadenamiento extraordinario del tiempo, porque los números básicos de las familias son utilizados por Apolant con el fin de organizar toda una red de entronques que pueden llevarnos hasta bien entrado el siglo XIX, a pesar de que supuestamente la Génesis no va más allá de 1767. A modo ejemplar, señalemos la historia de los abuelos de Artigas, que vinieron a fundar Montevideo ya casados y con hijos. Por eso, por vez primera, la encontramos en la familia 63, gracias al casamiento de una de sus hijas: Antonia Artigas Carrasco con Ignacio González, el 3 de junio de 1734. Este registro es un apoyo para hacer una historia que incluye hasta la de jefes militares de Montevideo, porque uno de los testigos de casamiento es Ignacio Gari, uno de dichos comandantes." Canessa define a la Génesis como “un maravilloso libro de historia social aplicada. Es el verdadero quien es quien, de los uruguayos.”

Un tesoro mayor: el archivo Apolant
Carlos Zubillaga, coordinador del Instituto de Ciencias Históricas, director del Departamento de Historiología, ex decano de la Facultad de Humanidades, miembro de la Real Academia Gallega, fue su alumno dilecto. “La mirada de Don Juan es, sin dudas, la más objetiva que haya conocido la memoria colectiva uruguaya. Quizá, sustentada en la ausencia de compromisos políticos, económicos o familiares, con los protagonistas de cada episodio indagado y relatado. Solo un espíritu humanista, pudo transformar una inquietd genealógica doméstica en tratados historiográficos mayores.

 El resultado, al cabo de tres lustros, es un ejercicio modélico de crítica documental. "Una obra de excepcionales ribetes, que Carlos Real de Azúa no dudó en calificar como uno de los trabajos más singulares de la investigación histórica nacional y seguramente, de todos los realizados hasta hoy, el más hercúleo y denodado esfuerzo de indagación.”
Zubillaga recuerda con nostalgia la casa de los Apolant, en la calle Pedro Berro. “Era una especie de petit hotel precioso, muy bien amoblado. Era el punto de reunión preferido de los historiadores que, en 1964, fundaron el emblemático Centro de Estudios del Pasado Uruguayo (Cespau), entre ellos, figuras de la talla de Juan Carlos Sabat Pebet, Matilde Garibaldi de Sabat Pebet, Flavio García, Luis Roberto Ponce de León, Florencia Fajardo Terán, Aníbal Barrios Pintos, Ariosto Fernández, Juan Alberto Gadea, Francisco Guevara, José Joaquín Figueira, Gregorio Cardozo, Marta Canessa, Ricardo Goldaracena, Fernando Assuncao, Huáscar Parallada, Luis Musso, Gloria Amén Pisani, María Luisa Cooligham, sus grandes compañeros de aventura intelectual. Puedo decir con orgullo, que inicié mi formación con

“Don Juan fue un democratizador de la investigación genealógica, pero, para mí, fundamentalmente fue un amigo. Me llevaba 40 años de edad. Él ya pasaba los 60 cuando yo tenía poco más de 20. Pero nunca, jamás, me hizo notar esa diferencia”, evoca con emoción.
“La Génesis fue concebida y planeada como ensayo genealógico. Pero, el estímulo provocado por sus compañeros del Cespau, dieron lugar a su arquitectura definitiva, con metas conseguidas en áreas de ciencias sociales: biografía, demografía, estadística, sociología, semiología. Constituye el único ensayo orgánico sobre ubicación espacio-temporal y valor de las fuentes documentales del Río de la Plata de los siglos XVIII y primeras tres décadas del XIX.”
Zubillaga guarda en su biblioteca académica, un secreto tesoro, síntesis perfecta de admiración intelectual y profundo afecto personal: el archivo Apolant. “Para estimular en los alumnos la pasión por el oficio historiográfico, gestioné el acceso a una documentación sin parangón en el Río de la Plata. Se lo solicité a Ellen Apolant Segall, su celosa custodia, al igual que antes lo fuera Ellen madre. La papelería se compone de borradores de originales, fichas y copias de documentos, con esbozo de sistematización de multitud de datos y referencias, y abundante correspondencia mantenida con colegas uruguayos y extranjeros. Reencontrarme con su mundo creador, permitió confirmar la envergadura y complejidad de su trabajo, en tiempos preinformáticos. Viendo su excepcional organización, solamente queda hacer una pregunta: ¿Hasta dónde hubiera llegado Don Juan con una computadora?”

Refundador de la genealogía nacional
Ricardo Goldaracena, fallecido en 2004, fue su amigo y compañero del CESPAU. El genealogista afirmaba que Apolant fue “ante todo” el refundador uruguayo de la disciplina. “En el caso de nuestra ciencia, que también fue su ciencia, hay un antes y un después de la primera edición, en un tomo, de la Génesis de la familia uruguaya, su mejor trabajo. Allí están, maestramente retratados, los primeros 40 años de Montevideo, a través de las partidas de la Iglesia Matríz. Están todos, fundadores y descendientes, sin censura ni autocensura. Recogió a la gente nombrada en esos documentos, padres, padrinos, abuelos, tíos, hermanos, los más ricos y los más pobres, amos y esclavos, hijos, entenados y bastardos."
“La historia, antes de su magistral obra, estudiaba a los próceres en el bronce. Observaba, exclusivamente, los grandes hechos y la vida de grandiosos héroes: la monumenta. La genealogía, tomaba solo linajes de grandes familias, siguiendo al fundador uruguayo de la disciplina: Luis Enrique Azarola Gil.”
“Dentro de la monumentalidad pre Apolant, historiadores y genealogistas tradicionales, blancos y colorados, se hicieron muchas trampas, para justificar la grandeza de sus respectivas colectividades. Siempre a favor de sus intereses partidarios. Crearon una mitología. Llenaron de mentiras las historias de cientos de familias uruguayas. Estudiaban la etapa fundacional de la nación, pero siempre en función de la importancia de sus caudillos. Fue la preocupación de Eduardo Blanco Acevedo y tantos otros. Fue lo que recogió Azarola Gil, en su investigación de las familias más ilustres. Pero, no llegó a todo el patriciado criollo. Quien sí lo hizo, fue Carlos Real de Azúa.”
Goldaracena opinaba, sin embargo que la genealogía es una disciplina democrática. "Parte de un principio de máxima igualdad: todos tenemos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 abuelos cuartos, 64 quintos, 128 sextos, y así sucesivamente. ¿Eran todos ilustres? No, la inmensa mayoría era gente común. Por ejemplo, soy sexto nieto de Jorge Burgues y de Silvestre Pérez Bravo y séptimo de Juan Camejo de Soto, fundadores de Montevideo. El resto, no somos extraordinarios. De manera que nuestras genealogías son absolutamente democráticas.”
El investigador reconocía en la obra de Apolant una influencia decisiva de su formación filosófica alemana. “Con ese conocimiento, era lógico que fuera uno de los más relevantes historiógrafos modernos; profundo, trabajador, infatigable.” Goldaracena cerraba su evocación con una proclama: “Apolant fue el primero en desmantelar venerables filiaciones erróneas de las que adolecían nuestras genealogías criollas tradicionales. Un nuevo mundo real y documentado se abría así para quienes por entonces, éramos jóvenes investigadores, que sentíamos la asfixia de tanta hipocresía. Escribió libros de genealogía, le guste o no, a quienes consideran que los genealogistas no somos historiadores. Es el refundador de la genealogía, porque introduce a la gente del pueblo en su investigación historiográfica.”
A manera de conclusión, el argentino Hernán Carlos Lux-Wurm, reflexionaba: “Apolant fue muy querido por la mayoría de quienes lo conocieron, pero también fue odiado e ignorado en su tiempo, por fuertes grupos de presión que se sintieron perjudicados por sus descubrimientos genealógicos (“este judío comunista que viene a destruir nuestras familias”, decían equivocadamente sus detractores). Su enorme trabajo no fue en vano; además de la monumental producción intelectual que dejó publicada, quedó su fruto y su ejemplo metodológico en toda una nueva generación de historiadores y genealogistas rioplatenses.”


"Si fuera de Artigas, vaya y pase"
La sorpresiva muerte de Apolant, pareció sumir en el fracaso la reedición ampliada y corregida de Génesis de la familia uruguaya. La obra estaba prácticamente terminada y la impresión había avanzado en una quinta parte. Faltaba solamente el índice, pruebas de galera y una nueva negociación con la imprenta Vinaac. Su propietario, Víctor Tarutut, terminó el trabajo en 1976, pero, había que pagarle. La familia recurrió entonces al Ministerio de Educación y Cultura, invocando un acuerdo de auspicio y la compra de 500 libros. Su titular de entonces, Daniel Darraq, no se oponía al pago, pero, en los hechos, no tenía poder de decisión. Cada asunto debía pasar por la oficina del coronel Barba, quien además era encargado del manejo económico de la cartera. La respuesta negativa del militar a la familia Apolant debiera estar incluída en una antología de la sinrazón: "Por haber fallecido el autor no existe obligación del Ministerio; además, si fuera un libro sobre Artigas, o si se tratara de bustos de Artigas, vaya y pase, los compramos igual. Pero, el tema no interesa y no se va a vender, nada."

La obra
1966. Génesis de la familia uruguaya. Los habitantes de Montevideo en sus primeros 40 años. Filiaciones. Ascendencias. Entronques. Descendencias. Edición en un tomo del Instituto Histórico y Geográfico.
1966. La partida bautismal de José Artigas: ¿Auténtica o apócrifa? Edición del Centro de Estudios del Pasado Uruguayo.
1966-1967. Eusebio Valdenegro y Leal (1781-1818). Apuntes biográficos. Contraluces de la época emancipadora. Separata de la Revista Histórica Nacional, números 228 a 232.
1966-1968. Padrones olvidados de Montevideo del siglo XVIII, Edición en tres tomos del Boletín Histórico del Estado Mayor General del Ejército.
1968. Crónica del naufragio del navío Nuestra Señora de la Luz (Montevideo, 1752). Edición del Centro de Estudios del Pasado Uruguayo.
1970. Un predicador en el desierto. Un manuscrito ignorado de José Cornide. Ediciones del Patronato de Cultura Galega.
1970. Operativo Patagonia. Historia de la mayor aportación masiva a la Banda Oriental, con la nómina completa, filiación y destino de las familias pobladoras. Edición del Centro de Estudios del Pasado Uruguayo.
1970. Los primeros pobladores españoles de la Colonia del Sacramento. Edición del Consejo Honorario de las Obras de Preservación y Restauración de la Antigua Ciudad de Colonia del Sacramento (Ministerio de Educación y Cultura).
1971. Instantáneas de la época colonia. Editorial Arca, Colección Sociedad Uruguaya.
1974. La ruina de la Ciudadela de Montevideo.
1975. Genealogía de los Treinta y Tres.
1976. Génesis de la familia uruguaya. Los habitantes de Montevideo en sus primeros 40 años. Filiaciones. Ascendencias. Entronques. Descendencias. 2ª edición ampliada en tres tomos más índice. Editorial Vinaac.
1992. Crónica del naufragio del navío Nuestra Señora de la Luz (Montevideo, 1752). 2ª edición, Instituto Uruguayo de Numismática.
1999. Operativo Patagonia. Historia de la mayor aportación masiva a la Banda Oriental, con la nómina completa, filiación y destino de las familias pobladoras. 2ª edición, Editorial El Galeón.

Honores

1966-1967. Premio Pablo Blanco Acevedo, otorgado por la Universidad de la República.
1968-1969. Primer premio Concurso Literario Municipal, categoría Biografía e Historia.
1970-1971. Premio Pablo Blanco Acevedo, otorgado por la Universidad de la República.
1970-1971. Primer premio Concurso Literario Municipal, categoría Biografía e Historia.