sábado, 14 de marzo de 2009

Leopoldo Nóvoa (1919-2012), pintor, escultor, gallego emigrante a Montevideo, creador del mural del Estadio Luis Tróccoli, obra maestra del Realismo Abstracto iberoamericano



El genio que vive en sus cenizas

Sobre la base del libro Galicia en Uruguay (Naón & Olveira, 2009), de una entrevista publicada en el semanario Brecha (2012), del libro Montevideo Manual del Visitante (Koi Books, 2011, 2012, 2013) y del capítulo "Cerro" de la serie Montevideando (Trocadero Gabinete DDiseño para el diario El País, 2013).


Leopoldo Nóvoa, en abril de 2008,
cuando fue declarado Ciudadano
Ilustre de Montevideo.

(Ignacio Naón)
Con sólo siete años, recién llegado desde su Pontevedra natal, cruzaba a caballo la Pampa argentina para ir a la escuela. Aquellas extensiones inmensas, casi infinitas a los ojos del niño, inspiraban su obra desde siempre con la presencia del espacio vacío. Al estallar la Guerra Civil se exilió con su familia en Montevideo, donde fundó la revista Apex, en la que colaboraron, entre tantos, Joaquín Torres García, Juan Carlos Onetti, Juana de Ibarbourou. "Mi formación cultural es absolutamente uruguaya. Cuando me fui de allí, era el último país vivible, con libertad y una gran cultura", solía decir el pintor y escultor que sumó amores en Pontevedra y el Río de la Plata. En Buenos Aires conoció al notable artista Luis Seoane, y a otros galleguistas que influyeron en su sensibilidad mientras le solicitaban artículos e ilustraciones para la memorable Galicia emigrante. En Uruguay su presencia es demasiado notoria como para ser olvidada, aunque se fue del país hace casi medio siglo. Su mural del estadio Luis Tróccoli, del Club Atlético Cerro, es un ícono del abstracto nacional. Leopoldo Nóvoa vivió sus últimos años entre su casa rural pontevedresa de Armenteira y París. Sus obras, caracterizadas por la búsqueda de una tercera dimensión, se han exhibido en Estados Unidos, Europa, Asia y América Latina. Retornaba cada dos años a Montevideo. “Me la paso recibiendo homenajes de mis amigos, que no merezco, y que sólo acepto como un tributo a la inmigración”, solía responder con su natural humildad el admirado gallego, que se presentaba como un pintor uruguayo, con una obra de culto universal. Leopoldo Nóvoa falleció el 23 de febrero de 2012, poco después El País de Madrid tituló en la portada de su página cultural: “El artista matérico que conquistó París”.

Trabajando en el mural del Estadio Luis Tróccoli, 1963.
(Archivo Leopoldo Nóvoa)
–Pontevedra, Montevideo, Buenos Aires, Caracas, París, Armenteira. Hay tantas ciudades en su vida, tantas migraciones, que jamás podrá ocultar su temperamento de gallego aventurero.
–Mi espíritu de aventura es gallego, sí, pero también uruguayo. Gallegos y uruguayos, y yo siento que soy de ambos, somos emigrantes por naturaleza. Nos gusta salir, conocer el planeta. Cada tanto, empezar una nueva vida. No siempre lo conseguimos, pero, por lo menos, lo intentamos alguna vez. Nos une el Atlántico, que tantas veces recorrimos detrás de una vida mejor. Pero, también se parecen mucho las sensibilidades de los pueblos del Cantábrico y 

Pared oeste de un mural abstracto
incomprendido en su tiempo.
(Universidad Politécnica de Valencia)
el Río de la Plata. Siempre de frente al mar. Nací en Galicia pero mi padre era uruguayo, porque mi abuelo pontevedrés un dia emigró a Uruguay. Mi abuela era criolla pero de Cuba, entonces, tengo dos abuelos cubanos y dos pontevedreses. Los Nóvoa somos una familia de mucha presencia en Pontevedra, aunque los vascos sigan diciendo que mi apellido es de ellos.Somos Nóvoa con “v”, gallegos de muchas generaciones. Nuestra mayor celebridad fue un pariente marino de la Edad Media, que trabajó para el rey de Portugal. Yáñez de Nóvoa (para los portugueses João da Nova Castelia) fue alcalde de Lisboa, jefe de la Tercera Expedición Portuguesa a las Indias, descubridor de las islas de Asención y Santa Helena, donde fue a parar Napoleón. Era orensano, pero cuando los Irmandiños le quemaron el feudo de Maceda se fue a trabajar para la armada lusitana. Hasta tiene una isla en el Índico, que se llama Juan de Nova en su honor.

–Como buen gallego, su pariente empezó una nueva vida lejos de casa.
–Fue un descubridor y un innovador. Yáñez de Nóvoa inventó el Correo a las Indias, en un episodio muy curioso, extraordinario, ocurrido entre 1501 y 1503. Cuentan que cuando fundó la factoría de Cananor (costa suroccidental de la India) se olvidó de algo en Lisboa; entonces escribió una carta que metió en una botaCuando llegó al Cabo de Buena Esperanza, donde sus barcos paraban para cargar y esconder mercadería, tuvo la idea de colgar la bota en un árbol. Como era una celebridad, admirado por sus hazañas, estaba seguro que el primer barco que pasara llevaría su carta a Portugal. Y efectivamente, a los pocos días, alguien la recogió, la llevó y la entregó en propias manos. A la vuelta, otra nave dejó el objeto que había solicitado mi pariente, y una respuesta, en el mismo sitio. Así se estableció la correspondencia entre las Indias y Portugal. Hay una estampilla de correo en homenaje a Yañez de Novoa, y una escultura en la bahía de Ciudad del Cabo. El tema de la obra: la primera carta puesta en una bota. Esa fue la curiosa forma cómo se creó el correo marítimo entre Europa y las Indias.

Sectores Norte y Sur del Estadio Luis Tróccoli.
(Fotos firmadas por Rodebu, publicadas
en Wikimedia, 29/9/2013)
–¿Los Nóvoa heredan genes de emprendedores y artistas?
–Ni tanto. Mi padre, Edmundo Nóvoa de María, fue un diplomático uruguayo, hijo de un pontevedrés, agente ganadero en Durazno. De María es un apellido muy uruguayo. Hubo muchas idas y vueltas, entre España y América, hasta que un día el joven Edmundo se enamoró de mi madre, Mercedes García Solís, y se quedó en Pontevedra. Recién volvió a Uruguay cuando yo todavía no era nacido, allá por 1910. Soy el cuarto, luego de tres hermanas mayores, y después hubo cuatro más. Me quedan dos hermanas, una en Pontevedra y otra en Montevideo. Entre los tantos viajes con mi padre, hubo uno a la Argentina, por un proyecto industrial. Creo que tenía siete años, no más, cuando cruzaba a caballo la pampa bonaerense para ir a la escuela. Son recuerdos imborrables. De vuelta en Galicia, nos fuimos a vivir a una casa de la tía 
Teresa, en Villagarcía de Arosa, luego nos radicamos en Pontevedra. Mi familia tenía casas en la playa de Raxó, de la ría de Marín, donde pasábamos las 
En Pontevedra, 1968, cuando
 ingresaba clandestino a Galicia.
primaveras y los veranos. Mi padre fue cónsul en Galicia, de Uruguay y Argentina, al mismo tiempo. El representante argentino había muerto, y era costumbre que mientras no enviaban un sustituto quedaba a cargo una nación amiga. Tuvo muchos problemas con la dictadura franquista. No era republicano, pero sí muy independiente, muy repetado, y tenía mucha presencia. Cuando el territorio gallego quedó en poder de los fascistas, al principio de la Guerra Civil, los uruguayos y los argentinos quisieron salir de allí. Es algo de lo que nunca se habló mucho, pero hubo muchos rioplatenses muertos y encarcelados en la guerra y en la dictadura. La labor de mi padre, como cónsul, fue más humanitaria que diplomática. Salvó a miles de uruguayos y argentinos, y también a opositores españoles, porque conseguía documentos y salvoconductos. El regimen lo consideraba un enemigo y un buen día le retiró el exequator diplomático, el derecho a ejercer la función consular. Por entonces, si el franquismo le sacaba la inmunidad, lo condenaba al exilio, la cárcel o la muerte. Recibió amenazas, pero igual se quedó, hasta fines de 1939, cuando decidió volver a Uruguay, para siempre. Tanto hizo por los uruguayos y los argentinos residentes en Galicia, que en 1943 recibió un gran homenaje popular en Montevideo. Para nosotros, conmovedor. 
El periodista y escritor
Carlos Maggi, según
su amigo Leopoldo Nóvoa.

–En Uruguay su vida empezó de nuevo, para no ser menos que sus antepasados. 
–Me fui de Pontevedra con 17 años, después de desertar, cuando me quisieron reclutar para las tropas de Franco. Mi formación cultural es absolutamente uruguaya. Hasta entonces, solo lo conocía por comentarios y relatos, como un país vivible, con libertad y una gran cultura. Teníamos parientes Novoa en Durazno, que eran ganaderos de buena posición, pero nos quedamos en Montevideo. Así empecé a estudiar y trabajar. Me hice pintor en Uruguay, aunque fui un aficionado entusiasta en Galicia. Siempre pinté, pero recién fui profesional a los veinte años.

–¿Cómo fueron aquellos primeros tiempos?

Los evoco como encantadores y comprometidos. En Montevideo edité una revista con escritores formidables: Manuel Flores Mora, el entrañable Maneco, y Carlos Maggi, mi querido Pibe. ¡Qué dos! La publicación se llamaba Apex, y salió solo dos números en 1942. La sacábamos con mucho sacrificio, porque éramos muy jóvenes y era difícil conseguir el dinero para la edición. Conocí a toda la barra del semanario Marcha: Carlos Quijano, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, ¡al increíble Peloduro! También a la poetisa Juana de Ibarbourou, la adorable Juana, con la que compartíamos historias gallegas; Juan José Morosoli, y al gran Paco Espínola, el mejor narrador que leí y escuché en mi vida. Tampoco puedo olvidar a Zelmar (Michelini), a Julio Sanguinetti y a su esposa Martha Canessa. ¡Cuántos amigos uruguayos! En Apex me encargaba de la parte plástica. En aquel momento me acerqué a Joaquín Torres García, quien, junto con el escultor vasco Jorge Oteiza, fue la personalidad que más me marcó en siete décadas de trabajo. El maestro me trataba como si fuera un pintor, con un respeto y una preocupación increíbles; y me alentaba. Cuando tenía algo en mente, me iba a su casa, se lo contaba; él iba a su biblioteca y me decía con aquella humildad: “Lea esto, pero no sé si le servirá”. Y vaya si me servía. Torres García, además de un artista universal, era un apóstol de la enseñanza. Nunca participé de su fantástica Escuela del Sur, pero vivo con felicidad su notoria influencia en mi forma de vivir el arte y en mi concepción artística.

Texturas originales en el Cerro de Montevideo.
(Universidad Politécnica de Valencia)
–¿Por qué no participó en el Universalismo Constructivo?
–Recogí muchos de sus conceptos, hasta podría decir que tuve una primera etapa constructiva, pero nunca fui al Taller Torres García, que era el lugar donde se trabajaba el constructivismo. Sólo me dedicaba a lo que podía hacer en ese momento: recuerdos gallegos, paisajes marinos, las rías pontevedresas, mis rías. Mis primeras telas contaban mis propias historias. Así fui haciendo camino al andar.
En 1947 me casé con mi primera esposa Celia. Poco después me radiqué en Buenos Aires donde conocía a un escultor gallego llamado Valenzuela, que me presentó a Luís Seoane, con quien tuve una gran amistad. Eduardo Blanco Amor, Lorenzo Varela, Rafael Dieste, Arturo Cuadrado formaban aquel grupo de admirados intelectuales. Teníamos una relación íntima y total. El arte y la política, el galleguismo y la cultura, eran nuestros temas. Por la generosidad de aquellos amigos fui colaborador de Galicia emigrante, una publicación para mí, memorable. Admiré mucho a Seoane, como artista, como hombre, como pensador. Me ayudó mucho. Me consiguió la Galería Velázquez donde expuse solo por primera vez. Si hasta me hizo intervenir en una exposición itinerante: "Pintores argentinos por el mundo". Siempre digo que Seoane es el Torres García argentino. Hay un antes y un después de su obra. Luis era un porteño, gallego de alma, que sufrió, como pocos, la morriña de un paradójico exilio en Buenos Aires, su ciudad natal, por la Guerra Civil.

Luis Tróccoli le solicitó un mural figurativo alusivo
al deporte, pero Nóvoa realizó una obra del
realismo abstracto que evoca el trabajo y
las luchas sociales en la Villa del Cerro.
(España Vale)
–¿Cuándo afirma que se hizo pintor en Uruguay, significa que se considera un artista uruguayo?
–No tengo el estilo uruguayo, si se puede hablar de un estilo nacional, pero fui influido por los pintores modernos de mi época juvenil: Pedro Figari, Rafael Pérez Barradas, José Cúneo, Carmelo de Arzadun, o los abstractos, Américo Spósito, José Pedro Costigliolo. También me encantaban los planistas, aquel movimiento estético tan uruguayo: Guillermo Laborde, Petrona Viera. Yo hice mi opción por el abstracto, con influencias muy eclécticas, de muchos autores, Picasso el primero. En realidad soy injusto cuando nombro a una persona, porque lo que más importa de un pintor es su pensamiento, su historia personal, su ambiente, su época. Me siento un artista de origen gallego, con una formación uruguaya que no he perdido ni con el paso de los años, ni con tantas vueltas al mundo. Creo que la primera sensibilidad, la que se adquiere en los años de formación, esa, jamás se pierde. Soy no un figurativo, de la época cuando luchaban figurativos contra abstractos. Hubiese sido la peor traición pasarme al otro bando (se ríe).
–El mural del estadio Luis Tróccoli, del Club Atlético Cerro, es un ícono del abstracto uruguayo e iberaoamericano. En su tiempo fue un desafío al orden estético dominante. ¿Cómo surgió la idea? 
–Es cierto, y me dio unos cuántos dolores de cabeza. A fines de la década de 1950, hacía dibujos políticos en el diario Acción, de Luis Batlle Berres. Allí conocí a Luis Tróccoli, que era presidente de Cerro, un club de fútbol muy popular de una zona histórica de Montevideo. Tróccoli era un personaje uruguayo de aquellos tiempos, pero a quien debo rendir un homenaje es al arquitecto Orozco, un técnico de la Intendencia de Montevideo, nacido en el Cerro, que conocía cada rincón y cada persona de su barrio.
¡Inconcluso, genial!
(Catálogo Centro Cultural de España)
La idea de hacer un mural fue de Tróccoli y me lo ofreció. Al principio iba a ser figurativo, sin ninguna modernidad, ilustrativo de atletas. Yo les ofrecí un abstracto, pero fue una pelea muy grande. Los directivos de Cerro querían lo mejor para su estadio, pero no tenían cultura sobre el arte de la época. Hasta pararon un par de veces el trabajo, porque no les gustaba, porque no lo entendían. Trócoli tampoco, pero fue decisiva la intervención de Orozco, que me defendió, que puso toda la carne en el asador. Para los directivos de Cerro yo no era un pintor, ni famoso, ni no famoso. Pero Orozco era un profesional muy respetado, y una gran persona. Trabajé allí hasta 1964, y en realidad, ¡nunca lo terminé! Los 600 metros cuadrados del mural (130 de largo por 4.6 metros de altura) están muy expuestos, a campo abierto, sometidos a inclemencias. Tiene muchos relieves y los muchachotes se cuelgan hace casi medio siglo. No hay dudas de que es una construcción sólida, pero está inconclusa, aunque no lo parezca. Lo de inconcluso tiene una explicación. Trabajé dos años y medio con sus lógicas paradas. Por discusiones con los directivos de Cerro, y porque en aquella misma época me encargaron los murales de las termas del Arapey, en el departamento de Salto. Terminé los dos de Arapey y tuve que dejar el de Cerro, porque no había dinero, y después me fui a Europa. Falta terminar el sector derecho y retocarlo, pero no es posible. Hoy no puedo caminar.

"Hay una relación entre los materiales de desecho
utilizados y la sociedad que describe mi obra.
El Cerro de 1960 estaba en plena crisis que
anunciaba el cierre de sus frigoríficos."

(Catálogo Centro Cultural de España)
–¿Qué significa?
–Es realismo abstracto realizado con materiales de desecho, recogidos y recuperados. Me propuse expresar a mi sociedad y a mi país en aquella época. Era una época tremendamente conflictiva, de tuparamos, de marchas de cañeros, de movimientos obreros, de represión, de crisis social. La sociedad estaba en decadencia, y su historia fue contada con desechos. Esos materiales inservibles, por sí solos, ya describen una realidad. El artista tiene una idea, y una concepción, que expresa con formas y texturas. Hay una relación íntima entre los materiales empleados y la sociedad descripta en la obra. Basta recordar que el Cerro de la década de 1960 era una villa en crisis, que anunciaba la caída de los frigoríficos y de sus industrias. Aquella sociedad uruguaya ideal, la famosa Suiza de América, había ingresado en la misma descomposición que el resto del mundo. Una descomposición que ha seguido avanzando hasta ahora. Por esa época hice otro mural, que llamé La Cantera, colocado en el Parque Santa Margarita de La Coruña. Fue realizado cuando todavía era un recién retornado, después de más de dos décadas de emigración. En ese trabajo, es muy clara la influencia uruguaya y, además, tiene los mismos materiales utilizados en el Cerro.

–¿Retornó a Europa, huyendo de esa misma descomposición social?
–No, porque el artista no especula. Hasta diría que las crisis es muy buena inspiradora. En ese momento, quise ponerne al día con las tendencias plásticas. Había hecho otro viaje, unos años antes. Fue una visita a París: amigos, colegas, museos, instituciones. Pensé en quedarme, pero volví a Uruguay porque tenía pendiente el mural del estadio Trócoli y otros proyectos. El segundo viaje fue en 1961, al principio solo con fines culturales. Pero, me quedé.

En su taller de París,
década de 1980.
Me fui a Europa como un pintor uruguayo. Me acuerdo que en una de mis primeras exposiciones, en un museo francés, el director me preguntó: ¿gallego o uruguayo? Finalmente, el catálogo dijo la verdad: pintor uruguayo nacido en Pontevedra. Primero me radiqué en París, con un taller, y volví a Pontevedra, al principio de incógnito, porque estaba el franquismo. Pasé un tiempito como clandestino, y volví a Francia a la espera de que cayera el regimen. Mi idea era tener dos talleres: uno en París y otro en la ría de Arosa o en Marín, donde me crié. Muerto el perro se acabó la rabia fascista y volví a Pontevedra. Al final, instalé mi taller en Armenteira.

–La tierra de los míticos monjes del Cluny, que crearon el vino albariño.
–Tengo un cuadro, uno de los que mas me gusta, de un monje que tiene un pájaro en la mano, basado en una leyenda del convento de Armenteira. Según cuenta Alfonso X, El Sabio, un día apareció en el monasterio, un religioso que sus pares no reconocieron. –¿Tu quién eres? –le preguntaron. –Soy Ero –respondió el extraño. 

Una obra maestra del muralismo iberoamericano
a cinco minutos del Centro de Montevideo.
–Pero aquí no hay ningún monje que se llame Ero –le retrucaron, desconfiados. –¡Como que no!, yo salí recién a dar un paseo y estoy de vuelta –insistió el visitante. Los monjes llamaron al prior, para confirmar que no había nadie, llamado Ero. Todos sospechaban que podía ser un ladrón o un mentiroso. Hasta que apareció el bibliotecario. –Yo recuerdo que hay un libro que cuenta la historia de un monje que desapareció hace muchos años –intervino, el anciano erudito. Lo fue a buscar y leyó la historia. ¿Qué había pasado? Que el momje se quedó rezando en un bosque, contemplando la naturaleza y la belleza de la Creación. En algún momento sintió el canto de un pájaro, que lo puso en éxtasis durante 200 años; y en ese momento estaba de vuelta. ¡Qué historia! Tengo mi taller a cien metros de ese convento y a seis kilómetros de las propidades familiares de Samieira. Ahora vivo entre el ambiente rural de Arementeira y la París cosmopolita. Para mí son complementarios. París es el centro mundial del arte, todo lo que pasa en el mundo, pasa por allí. La concentración y el placer de estar en la aldea me llevan a cubrir la falta de todas las actividades de la ciudad. Mantengo un equilibrio: en París soy un hombre absolutamente de taller y aquí también, pero me requiere mucho el entorno, tanto el intelectual como el físico. 

–Maestro, su trayectoria...
–Disculpa, pero no soy maestro. Nunca me sentí capacitado, ni con la sabiduría. De la misma forma que Torres García tenía su mayor satisfacción en la enseñanaza, yo no tengo esa capacidad. Que me llamen maestro es muy bonito, es un honor, pero no es justo porque no lo soy. Maestros son muy pocos. Mis talleres son de producción, no de enseñanza. Allí hago esculturas y pinturas y preparo mis exposiciones.

Hoy es un gran díatécnica
mixta con rejilla, 2003.
–Su trayectoria artística quedó marcada por el incendio que sufrió su primer taller parisino. Tanto, que las cenizas tienen un papel fundamental en su obra. 
–Yo tuve un taller maravilloso de 250 metros cuadrados en el barrio de la Bastilla. Se quemó y perdí todas mis obras, salvo algunas que estaban en una exposición. Nos quedamos con nada. Nuestros amigos artistas organizaron una exposición para ayudarnos a Susana, mi señora, y a mí, a empezar de nuevo. Fue entonces cuando se me dio el taller de París donde trabajo ahora. Después del desastre, Susana y yo volvimos a ver lo que había quedado. Al ver los restos de mis obras, cogí una bolsa y la llené con los pedacitos de los cuadros que se habían quemado. Cuando después abrí la bolsa y encontré la ceniza, vi que tenía un mensaje para mí. Eran los grises, los negros y los rojos que se convirtieron, sobre todo junto a la ceniza, en protagonistas de mi obra. 

– No se considera un maestro, pero si ¿un innovador?
–Sólo en lo que se refiere al lenguaje a través de la ceniza. No por lo demás (lanza una carcajada). 


–¿Tiene predilección por algún colega español? 

–En mi obra hay una referencia a la pintura negra, que es muy determinante. Es una manera de contemplación del mundo que me gusta mucho. Como observador, me encantan Goya y el Greco. Siempre digo que no es importante que se interprete correctamente una obra, lo importante es que el contemplador realice él un acto de creación. Lo que él crea es válido, tanto como para el pintor.

Grabado para la obra poética 
Alénde José Ángel Valente.
–¿Hay una plástica gallega?
–Hay muy buenos pintores y escultores gallegos, pero no se puede decir que haya una corriente que se puede calificar de gallega. Hay creadores maravillosos, como Castelao. Pero no hay una pintura, ni una escultura gallega.

–¿Qué pesa más en su obra: la pintura o la escultura?
–A simple vista, parece que la escultura pesa más, pero, mi pintura es escultórica, de relieve, deformadora del mundo, que no es lo mismo que reformadora (se ríe). Mi obra es participativa entre la pintura y la escultura. Tengo tres tallas de intervención urbana, que me dan orgullo. Hay una en un museo al aire libre de Seúl, Corea; otra, que quiero mucho, está en As Lagoas, en la Universidad de Vigo y la tercera, en el parque San Domingos de Bonaval de Santiago de Compostela. De ésta última, Espacio cromlech ocupado, debo decir que le robé la idea a mi entrañable amigo Jorge Oteiza. Pónganlo tal cual. 



Detalle de un mural
realizado en La Coruña.
–¿Y su pintura preferida? 
–Una de las mejores que hice se llama Herejía, un tríptico que está en el Museo de Bellas Artes de La Coruña. Cuenta una historia muy abstracta, muy difícil de describir. No, no puedo describirla... (Hace un largo silencio) El primero es blanco, una escalera que sube y se pierde en el infinito y una cruz muy inclinada, como a punto de caerse. El segundo tiene mucho relieve y es muy dramáticao: la cruz está mas caída. El último es un cuadro negro que muestra a la cruz caída en el suelo. El trabajo tiene continuidad dramática. Lo hice en 1989. Lo expuse en Madrid, lo compró la Xunta de Galicia, y está puesto en el hermoso Museo que concibió el gran arquitecto Manolo Gallego.

Muestra retrospectiva y homenaje
en Galería SCQ de Compostela, 2007.
–A punto de cumplir los 90 años, sigue viajando ¿Sigue experimentando?
–Como gallego, viajar está en mi biología, pero, como buen gallego, también siento la necesidad vital de trabajar. Tengo proyectos, no podré realizarlos todos. Antes trabajaba muchísimo, de sol a sol, ahora menos. Antes estaba siempre en el taller, salía poco. Ahora trabajo menos horas. Pero el reposo también es trabajo, siempre digo eso. El pintor, cuando está en su taller, sin trabajar, es cuando más trabaja. Está pensando en una creación.

Yo sigo experimentando, absolutamente. He vuelto a trabajar con cenizas pero con un tratamiento menos formal. Antes me valía de elementos extrapictóricos y ahora utilizo exclusivamente cenizas. Además, como en parte he perdido la vista, es una de las razones para suprimir la presencia de la forma, como protagonista. El cartón es otro material que he incorporado a mi obra. A causa de una operación, y al estar convaleciente y no poder trabajar con la precisión anterior, es otro de los elementos que he empezado a manejar. Utilizo cartones inservibles de gofrage que empleo para el relieve de los grabados. Mi único mérito artístico, quizá, es que muchos me reconocen como un precursor del reciclaje. De eso se trató el mural del estadio Trócoli: reciclar. Los materiales usados cambian de comportamiento según la función que se les adjudique. Estudio un lenguaje para el cual no necesito precisión: desgarramiento del cartón, perforaciones.

–¿Tiene proyectos para Uruguay? ¿Nunca sintió la necesidad de volver a vivir en Montevideo?
–Es una buena propuesta teórica: terminar el primer mural y hacer la última pintura en Uruguay. Aunque una escultura sería mas fácil. Un recuerdo imborrable de Montevideo es la plaza Virgilio, con esa maravilloso monumento marítimo del yerno de Torres García... (piensa unos segundos). Yepes, José Yepes. 



 "Tiene muchos relieves y los muchachotes
se cuelgan hace casi medio siglo. No hay
dudas de que es una construcción sólida."

(Universidad Politécnica de Valencia)
Leopoldo Nóvoa nació el 19 de diciembre de 1919 en la localidad pontevedresa de Salcedo, y se radicó por primera vez en Montevideo en 1936 para evadir el servicio militar del franquismo. 


Los murales volumétricos 
"Una de las características de la producción muralista uruguaya contemporánea es la diversidad estética  de esta corriente. Si ayer os enseñábamos un mural de Eloy Boschi, artista portuario con claras reminiscencias del Realismo Social Mexicano, hoy os introducimos a las creaciones de Leopoldo Novoa, artista de origen gallego, con varias obras murales expuestas en el país sudeamericano donde vivió durante algunos años. 
Novoa realizó múltiples murales volumétricos utilizando materiales de desecho adheridos al muro, creando así un conjunto de diferentes texturas y colores que permiten la posibilidad de apreciar una tercera dimensión en obras murales. 
Mural volumétrico del Edificio
Danart, en Montevideo.
(Universidad Politécnica de Valencia)
En la segunda visita del proyecto a Uruguay, el equipo tuvo la oportunidad de localizar, inventariar y catalogar obras de este artista situadas en Montevideo gracias a la ayuda de Vladimir Muhvich (Técnico del Departamento de Restauración de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación). Entre la rica y diversa producción de Nóvoa se descata el mural de 600 metros cuadrados que cubre al Estadio Luis Tróccoli en Montevideo."
Pasaje del ensayo Gestión sostenible del muralismo uruguayo contemporáneo, Universidad Politécnica de Valencia, 2013.

Sicario

"Uruguay es el país de mi juventud. Vengo cada dos años, pero ¡cuántas veces retorné en sueños!, a la casa de los primeros años, donde vivía con mis padres. Gaboto 1024 y San Salvador, cerca de la rambla Sur, en el histórico Palermo, un barrio de pintores. Mi primera exposición fue en un galería de la avenida 18 de Julio, frente a la plaza del Entrevero Mi padre falleció en Uruguay, poco después que yo viajé a Europa. Recién se había jubilado de cónsul en Estado Unidos. Mi madre murió en Venezuela, visitando a mi hermana en Maracaibo. Tengo dos hijos uruguayos. Isabela vive en Montevideo. José Ramón vive en Maracaibo, es director de cine, entre Venezuela, Argentina y España. ¿No vieron su película Sicario? Estuvo nominada a los Premios Goya."

Leopoldo, con el seudónimo de Lázaroera el caricaturista, demasiado intelectual y demasiado abstracto, según don Luis (Batlle) pero con una fuerza de imaginación arrolladora.” 
Carlos Maggi


Más cerca del cielo
"Para mí la rambla era un paseo entrañable. Amaba navegar el Río de la Plata. Durante diez años tuve mi taller en el Mercado Central, mi ventana miraba al Teatro Solís. Los artistas siempre nos vamos a la partes más altas de los edificios. Quizá, porque nos gusta estar más cerca del cielo."


Ventana al Mar, óleo sobre tela, 1956.
(Catálogo Galería Arcadia, España)
Entre 1948 y 1957 vivió en Buenos Aires, donde permaneció muy cerca del escultor Lucio Fontana que tuvo mucha influencia en su obra, y de sus compatriotas exiliados: Rafael Dieste y Luis Seoane. 

Cortázar
En 1965 se fue a París, convocado por Michel Tapié, el crítico que acuñó el concepto de “arte informal”. De esos primeros años franceses hay un relato de Julio Cortázar, otro notable admirador su obra. “Los piolines que el arte de Novoa alza como nadie a su condición de signos, de indicaciones, de instrumentos para una náutica que acata otras cartografías...", escribió el escritor argentino.

“Desde la entrada al Museo de Arte Moderno de la ciudad de París, fueron  más de cien las muestras importantes de Leopoldo; de Francia a Italia y después Irlanda, España, Noruega, Alemania, Sudáfrica, Bélgica, Holanda...; hasta una escultura que Corea le encargó para sus Juegos Olímpicos.”
Carlos Maggi

Abstracción, óleo sobre
cartón, fechado en 1960.
Nóvoa por Maggi
 “Me cuenta que en su casa gallega de Armenteira se levanta temprano y enciende la chimenea del taller y que esta ceremonia mañanera empieza con el retiro de la ceniza del día anterior. ‘Quemo troncos enteros. Una vez, estaba hincado y toqué la lisura de la ceniza y sentí que era como nada. Es... nada. La sensación en la yema de los dedos, me sacó para otro lado. Esa lisura es lo que ya no queda, cuando pasó todo y somos ceniza. Lo sientes en el tacto; está ahí, ¡nada! Y el color tiene ese mismo frío, como satinado, que tiene la hoja de una navaja. Entonces, traté de pintar con ceniza; estuve seis meses buscando el solvente, la liga, que se yo. Probé de todo hasta que di con los discos abrasivos; cortan piedra y el polvo de diamante no se desprende. Conseguí ese pegamento que viene a París desde Estados Unidos; me basta para pensar que mis cuadros van a durar más que la `Última cena` de Leonardo’, dijo modestamente.”
Crónica de una visita al taller de París.

En 2008 fue declarado Ciudadano Ilustre de Montevideo, y en abril de ese año el Centro Cultural de España abrió la memorable exposición “Leopoldo Nóvoa en el Río de la Plata (1938-1965)”. 

Entre lo figurativo y lo abstracto,
exposición de esculturas
realizada en Buenos Aires, 2005.
Paisajes lunares
“En 1979, su buhardilla-taller en la Rue du Faubourg Saint Antoine sufrió un incendio que la destruye totalmente, perdiendo, además de toda su obra, su ya importante colección de cuadros de otros artistas amigos. Sin embargo, observando su taller calcinado, le vino la gran idea de añadir las cenizas negras y grises y los pedazos de carbón a la gran variedad de materias que componían sus cuadros, como los pigmentos blancos, ocres, negros y rojos con los que formaba pequeñas colinas, cráteres y agujeros que parecían paisajes volcánicos. Más tarde, utilizó cordeles y cuerdas (mecates), así como clavos y objetos varios que encajaban perfectamente con aquellos paisajes matéricos lunares.”
Del artículo “Leopoldo Nóvoa, el artista matérico que conquistó París”, de Guillermo de la Dehesa (El País de Madrid, edición del 2 de marzo de 2012).