jueves, 27 de agosto de 2009

Colonia del Sacramento: Crónica de un rescate patrimonial

A la guerra con un escarbadientes 

Calle de los Suspiros del Barrio Histórico
de Colonia del Sacramento.
Con el arquitecto Andrés Mazzini, ex secretario de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación

Aunque fue redactada el 24 de julio de 2009 y aceptada recién el 13 de agosto, era una renuncia anunciada. “Me fui con dolor, pero después de siete años llegué a la saturación”. Para Mazzini hay una gran desproporción entre los recursos humanos y materiales de la Comisión, y sus competencias. “Eso desgasta, porque hay que lidiar con una institucionalidad inadecuada y sin una ley apropiada para una gestión moderna”. Sin embargo, se fue con una satisfacción. “Con apoyo de UNESCO evitamos que Colonia del Sacramento corriera un riesgo innecesario de perder su calidad de Patrimonio de la Humanidad”. Una amenaza inminente, que pocos conocían.

Sobre la base del artículo publicado en el semanario Brecha de Montevideo (14 de agosto de 2009). 

Casi treinta años después, y luego de tanto tiempo en la Comisión del Patrimonio, quizá no sea mala idea reeditar el memorable Grupo de Estudios Urbanos que usted integró con otros arquitectos, en plena dictadura, cuando no era facil denunciar lo que ustedes denunciaban.
Cuando nos vemos con queridos compañeros del Grupo nos imaginamos empezando de nuevo, porque, a pesar de que en este tiempo democrático se ha avanzado, todavía son muy serios los problemas de la gestión patrimonial. Aunque aquella propuesta fue irrepetible y cumplió un ciclo vital, en un momento histórico, no estaría mal que otros jóvenes hicieran una experiencia similar. Siempre hay que seguir batallando. El Grupo de Estudios Urbanos, con el liderazgo de Mariano (Arana), fue una verdadera escuela de arquitectura y urbanismo, e innovó en la formación de grupos multidisciplinarios dedicados al patrimonio. Nosotros nos sumamos en 1980, en coincidencia con la desafectación de muchos monumentos, para la especulación inmobiliaria.

Aquellos dispositivos de Una ciudad sin memoria, forman parte de la memoria colectiva de Montevideo y el país.
Vista en la perspectiva del tiempo fue una gran campaña comunicacional, que creó un movimiento de reflexión opositora a la dictadura. A partir de un tema muy específico, la arquitectura, se captaron inquitudes muy diversas, quizá, porque había un paralelismo entre la pérdida de valores de identidad y del pasado y tradiciones muy fuertes que el país necesitaba recuperar: libertad, democracia, cultura, educación. Fue muy interesante hacer aquellos audiuoviusles sobre problemas de la ciudad y difundirlos por todos lados, desde colegios a instituciones deportivas. Recuerdo que habíamos captado una fuerte recepción en los medios: prensa, radio, televisión. Un dato que quizá pocos saben: entre 2001 y 2003 la Facultad de Arquitectura digitalizó los dos audiovisuales y hoy se pueden ver en DVD.

Un tema central de entonces fue la demolición del conventillo Medio Mundo.
Fue una gran macana, porque la dictadura lo desafectó como patrimonio y lo tiró para nada. Ese espacio de Cuareim 1080 estuvo vacío, años y años. Pero hubo otros sitios demolidos, vinculados con la cultura popular, con la vida, la música y la vida de los vecinos de la Ciudad Vieja y los barrios Sur y Palermo.

¿Fue un gesto de discriminación racial y cultural del dictador?
Creo que respondió a maniobras especulativas que por entonces se llamaron “boom de la construcción”, pero también a una visión muy estrecha que vinculaba al patrimonio con sitios de la historia oficial, sin importar su valor cultural. Otro edificio desafectado en ese momento fue el Club Uruguay, paradigma de la arquitectura y emblema de la actividad social del país, pero que no era popular. La gran direrencia fue el Club Uruguay corrpia menos riesgos de destrucción, y no fue demolido. Pero en ambos casos fue una concepción regresiva del patrimonio, superada con el retorno de la democracia.

Usted ingresó a la Comisión del Patrimonio en la administración pasada y continuó en la presente. ¿Qué recuerda de la anterior y de la transición al actual período?
Es una historia muy linda. El arquitecto Antonio Cravotto fue el delegado de la Universidad en la Comisión, durante años, junto con Luis Bausero de la Facultad de Humanidades. Cravotto falleció en 2000 y la Universidad tuvo que proponer una delegación nueva. Fue cuando Arquitectura me promovió a mí y Humanidades al historiador Carlos Zubillaga. Al año siguiente quedó Zubillaga como titular y yo como alterno. Hasta que me llaman en abril de 2003, cuando Zubillaga pide licencia, y De Arteaga, que era el presidente del momento, se interesa por el aporte de un arquitecto. Zubillaga posteriormente se retira y quedo como miembro permanente. La Comisión anterior tenía cosas muy buenas, e integrarla me sirvió para meterme en la gestión de patrimonio del país. En todo este tiempo me di cuenta, que la Comisión funciona a pesar de que no cuenta con instrumentos hábiles. Así funciona la actual y así también funcionaron las anteriores; y a pesar de las limitaciones en todos los períodos hubo acciones muy interesantes, y también desde antes, porque la ley de la Comisión de Monumentos es de la década de 1950. La Comisión anterior tuvo cosas muy buenas, e integrarla me sirvió para meterme en la gestión de patrimonio del país. En todo este tiempo me di cuenta, que funciona a pesar de que no cuenta con instrumentos hábiles, y a pesar de las limitaciones en todos los períodos hubo acciones muy interesantes, y también desde antes, porque la ley de la Comisión de Monumentos es de la década de 1950. De la gestión anterior destaco su apertura, su compromiso con los temas nuevos, como el patrimonio subacuático. Pero fue una lucha desigual, porque uno recibe un escarbadientes para luchar contra un acorazado; porque no hay legislación que respalde frente a grupos económicos muy poderosos, muy ávidos de apropiarse de bienes culturales para su beneficio. En su momento hubo un gran trabajo para gestionar la Convención del Patrimonio Subacuático con UNESCO, pero, cuando se votó nuestro gobierno se abstuvo. Fue cuando quedamos sin legislación apropiada y con toda la costa concedida a privados.
Llegué al fin de la gestión anterior con la conciencia de que había mucho para cambiar, pero tambien muchas para continuar, y sabiendo que los problemas de la gestión patrimonial son recurrentes: una comisión honoraria que ve limitada su actividad, la carencia de formación en áreas específicas, las falta de de presupuesto adecuado, las limitaciones legales, la falta de recursos humanos y materiales. Creo que fue un privilegio haber estado en dos administraciones distintas. Luego del cambio de gobierno, en julio de 2005 también cambió la Comisión, quedé como único sobreviviente, y creo que fui un poco el articulador de la transición.

La Comisión del gobierno progresista llegó con la expectativa de que iba a ser diferente a las anteriores. ¿Hubo cambios reales?
Creo que el cambio más interesante fue su primera conformacion francamente multidisciplinaria, y que al principio la presidiera un gestor cultural, como Manuel Esmoris, con una mirada distinta a la tradicional. Esa primera delegación era de excelente nivel: el antropólogo José Lopez Mazz, que por cierto es el único que permanece; el historiador José Rilla, estaba Benjamín Liberoff, como experto en turismo, el abogado Carlos Castro, docente de Arquitectura Legal de nuestra Facultad, especializado en urbanismo, y el arquitecto William Rey, que es un académico de prestigio y un erudito en temas patrimoniales. Recuerdo que cuando se hizo la primera reunión, en julio de 2005, lo que se planteó fue: ahora sí vamos a trabajar bien con el patrimonio. Fue algo que me chocó, y en ese momento les recordé que en nuestro país se trabaja el tema desde fines del siglo XIX, que hay un camino recorrido y hay que conocerlo. Y de hecho así: se fue consolidando un trabajó que no negó lo realizado anteriormente.

¿Fue buena la estrategia de designar con anticipación los cinco temas del Día del Patrimonio?
Creo que fue otros de los cambios positivos, aunque algunas personas opinen que coartó el sentido de la oportunidad. Fue una buena propuesta de Esmoris, que trató de alternar lo académico con lo popular, aportarle diversidad a las temáticas y relacionarlas año a año.

¿Costó convencer a la academia para realizar un homenaje al relator Carlos Solé o a la cultura afrouruguaya?
Creo que no. Hubo discusiones muy ricas. Por ejemplo, el tema de los afrodescendientes, que parece tan cerca de todo el mundo, en realidad nos permitió descubrir que queda mucho por hacer en favor de la diversidad y en contra de la discriminación. Ese mismo año fue designado el 3 de diciembre como Día Nacional del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial.
En el caso de Carlos Vaz Ferreira, ¿Cuánta gente lo conocía o lo recordaba? Se le trajo al presente y se creó un movimiento a su alrededor. Lo mismo ocurrió con Eladio Dieste, una figura mundial de la construcción y la arquitectura, pero muchos uruguayos no tenían conciencia de su valor. Y este año son las tradiciones rurales. En este caso se valoró la necesidad de llegar al interior, porque en los departamentos hay comisiones departamentales, algunas funcionando muy bien, que necesitan un empuje.

José López Mazz suele decir que el Día del Patrimonio es una gran fiesta pop. ¿Está de acuerdo?
Siempre es bueno recordar que el Día del Patrimonio fue una idea del arquitecto Luis Livni, surgida y concretada en 1995, y que trasciende sectores políticos, sociales y culturales. Cuando López Mazz habla de la “fiesta pop” señala una contradicción: en esos dos días parece que el patrimonio es lo más importante del mundo, y que a todo el mundo le interesa, desde el presidente hasta el último vendedor de tortas fritas. ¿Pero, los otros 363 días qué hacemos? Eso nos lleva a reflexionar sobre lo cotidiano. Entonces unos se da cuenta que se trabaja a voluntarismo, a esfuerzo y hasta donde se puede.

Se le ve frustrado.
No sé si es la palabra; quizá sea agotado. Pero no solo yo estoy mal, porque la gente que trabaja en el patrimonio tiene mucho de militante. Se ve en la Comisión, en los funcionarios, es algo que cuesta dejar. En estos años yo trabajaba 60 horas semanales: 30 en la facultad, con dedicacón exclusiva, y otros 30 en la Comisión, honorario, pero además iba a Colonia los viernes, luego a la Mesa Ejecutiva, a las reuniones semanales y a otras instancias de coordinación. Hay una gran desproporción entre los recursos humanos y materiales de la Comisión, y sus competencias. Eso desgasta, porque hay que lidiar con una institución inadecuada. Como secretario, tenía que firmar entradas y salidas de funcionarios o los viáticos. Diga que había adquirido cierto conocimiento de la administracion pública. Me fui con dolor, pero después de casi siete años llegué a un nivel de saturación. Y me dije: ya está. Sé que puedo aportar mucho, pero dejé de ser efectivo porque todo me afectaba, por la demanda excesiva, por el desgaste, por el consumo de energía. Comencé a sentirme incómodo, a no soportar cosas que antes toleraba. Y renuncié.

¿Por qué la Comisión original comenzó a desmembrase luego de arrancar con tanta fuerza?
Cuando se fue Esmoris hubo una pérdida, por su personalidad, porque su compromiso era enorme; pero su mayor cualidad también era un riesgo: así como se compromete se destruye cuando las cosas se destartalan. Se fue desgastando. En las últimas semanas de su gestión se le veía mal, y se fue porque sintió que no podía. Y quedamos acéfalos. Cuando asume William Rey como interino, supimos que era el más apto para ser presidente de una Comisión del Patrimonio: por estatura academica, por inteligencia, porque conoce gente de todas las áreas de la cultura: escritores, pintores, rematadores.

En la presidencia de Rey parecía que se aceleraba el proceso de creación de una nueva Ley del Patrimonio, pero se frenó. ¿Qué pasó?
La ministra (María) Simón nominó un equipo de redacción conformado por tres abogados: Carlos Castro, que integraba en la Comisión, Jorge Silveira, un experto en la temática patrimonial con mucha experiencia y solvencia, asesor de la Comisión desde hace muchos años, y Alberto Quintela, otro experto, asesor de ICOMOS. También estábamos William Rey y yo. Ese grupo comenzó a trabajar muy bien, pero, por ejemplo, Silveira ganó un concurso como gerente del LATU y su dedicación naturalmente no puede ser la que tenía antes.

Y se tuvo que ir porque el LATU le paga y la Comisión no...
Si, pero no, porque, repito, la gente que trabaja en patrimonio hace una tarea militante. Silveira sigue comprometido con la nueva ley, y es asesor honorario de la Comisión.

¿Cuáles son los puntos más importantes de esa iniciativa?
Primero, la creación de un Instituto del Patrimonio, con mayor autonomía y libertad de acción. Aunque la base sería la actual Comisión, debe tener una dirección más pequeña, profesionalizada, que tenga vinculación con el Ministerio de Educación, está bien, pero con un margen mayor de independencia. Creo que un buen ejemplo es el LATU, con su capacidad de gestión, monitoreo e investigación. Otro tema es la redefinición de categorías. No alcanza con la figura de Monumento Histórico Nacional, porque existe una gran dificultad para aplicar la actual legislación por ejemplo al patrimonio inmaterial. Hay bienes que no necesitan ser protegidos con una figura tan potente, por eso debe sumarse el concepto de Bien de Interés Cultural (BIC), que es una categoría genérica que puede cubrir a todos los bienes. Otro asunto de interés es la necesidad de tener herramientas legales para controlar la entrada y salida de bienes culturales. La Comisión ahora libera guías para una multiplicidad de bienes: pinturas, esculturas, equipamiento, relojes, armas, pianos, cualquier vehículo, pero falta una normativa. A eso se suma que la tarea de contralor se hace con muy pocos funcionarios y sin especialistas. La Comisión no tiene un historiador del Arte. Hoy por hoy, ocurre que se ponen objetos bajo la órbita de la Comisión, pero sin protección específica. Lo único que se dice es que ese bien no puede salir del país. Y muchas veces no es una decisión práctica, porque no hay un seguimiento, ni siquiera se sabe donde está. La nueva ley debe abordar el concepto de trazabilidad de los bienes. Un ejemplo: nosotros cautelamos aquel Blanes, Entre dos luces, pero no sabemos donde está. Se pudo haber ido, o estar guardado en una casa. ¿Y si no sabemos dénde está, para qué lo cautelamos? Uruguay tiene una cantidad de convenios bilaterales de cooperación contra el tráfico ilícito de bienes, pero está en situación de riesgo porque los controles son difíciles.

Un asunto central es el patrimonio inmaterial.
Sin dudas, por eso la necesidad de crear la categoría de Bien de Interés Cultural. Ese es otro tema, porque mientras UNESCO pone especial énfasis en el patrimonio inmaterial y en la diversidad como valor cultural, la Comisión del Patrimonio no tiene un departamento especializado. Tiene Departamentos de arquitectura, de antropología, de restauración, pero no tiene uno de documentación e inventario, y apenas tiene uno incipiente de patrimonio inmaterial. Apenas es un área, con un antropólogo, un comunicador y con la historiadora Ana Frega que actúa como referente ante UNESCO. Ellos hacen lo posible y lo imposible para cumplir su trabajo de la mejor manera, pero debiera existir un departamento de patrimonio inmaterial, con capacidades adecuadas para responder a los desafíos actuales. La nueva ley es una necesidad impotergable. Yo mantengo la esperanza de que se pueda presentar el proyecto, a último momento, en esta Legislatura.

¿No pensó en renunciar en diciembre del año pasado, cuándo se fueron Rey y Rilla por la desfectación del predio de la estación Artigas de AFE?
Estuve a punto. Toda la Comisión se sintió muy incómoda, porque en octubre se había hecho un asesoramiento muy reflexivo para posibilitar que esa área de la estación Artigas fuera para crecimiento del puerto. Propusimos, que sin impedir su utilización por la Administración de Puertos, se tomaran medidas para mitigar el impacto sobre un bien que es un conjunto: la playa de maniobras y la propia estación. Nosotros asesoramos a la ministra en el sentido de que ese espacio debía mantenerse protegido, pero nunca pensamos en que se manejaba la posibilidad de desafectarlo. La Comisión pretendía monitorear esos bienes, como corresponde por ley, porque la protección de algunos bienes era innegociable: los galpones, la caseta, la espacialidad de la vista del andén desde la estación, que nose apilaran contenedores allí. Todo parecía bastante razonable. Hasta que el 18 de diciembre nos enteramos de la desafectación, sin haber mediado ninguna conversación. Fue un hecho muy difícil de aceptar y comprender para la Comisión.

Da la impresión de que la ministra se vio desbordada por la urgencia del Ministerio de Transporte y la Adminitración de Puertos.
Nunca supimos bien que pasó, porque después en febrero vino el ministro (Víctor) Rossi a hablar con la Comisión. Como se equivocó de día, el único que estaba era yo. En ese momento intercambiamos ideas y entendió nuestra postura, a tal punto de reconocer que otra vez que hubiera un tema de esa importancia, en lugar de mandarle una carta, es bueno aunque sea una “llamadita por teléfono”. Como diciendo: si hubiéramos hablado…. En ese episodio creo que hubo grandes malentendidos. Hubo sectores de la administración que quizás pensaron que estábamos en contra del crecimiento del puerto. Luego, creo que el tiempo terminó dándonos la razón. Cuando los ministros fueron llamados al Parlamento, acordaron compromisos más limitantes que los planteados por nosotros. Se autorizó la utilización de la playa de maniobras como tal y en menor área como depósito y se establecieron pautas de qué se conserva y que no, formando un equipo de coordinación al respecto. Entonces, la pregunta que permanece es ¿para qué se desafectó? El episodio fue un ejemplo de como un desentendimiento provocó dos pérdidas muy grandes para la Comisión. Rey y Rilla, de alguna manera –en mi parecer- se sacrificaron para tratar de evitar lo que hubiese sido una decisión muy negativa. Los delegados universitarios de la Comisión informamos de nuestra situación al Rector y valoramos a esa altura como inconducente nuestra renuncia. Por lo tanto comuniqué a la ministra Simón que en función de mi delegatura institucional, iba a continuar trabajando, a pesar del fuerte sacudón que significó la desafectación de AFE.
La ministra Simón ocupa personalmente hoy la presidencia. ¿Es solo un hecho inusual o una intervención?
El ministro siempre es el presidente de la Comisión; lo que ocurre es que siempre nombra a alguien en su lugar. Hoy la ministra va a las reuniones y las preside y me parece fenómeno, porque seguramente se está dando cuenta de la profundidad de los problemas de la gestión patrimonial, y permite a la Comisión un intercambio directo con el Ejecutivo, que de otro modo es difícil de concretar.

Patrimonio de la Humanidad
El arquiecto Andrés Mazzini participó en tres reuniones generales del Comité del Patrimonio Mundial de UNESCO: Vilna (Lituania) 2006, Quebec 2008 y Sevilla 2009. En estos encuentros de los 176 países adherentes a la Convención del Patrimonio Cultural de la Humanidad se dan a conocer los ingresos, cambios de estatus y salidas de la lista de 890 sitios declarados Patrimonio de la Humanidad.
Cuando se ingresa a la lista es una satisfacción enorme festejada por un país, pero cuando un sitio es declarado patrimonio en peligro, no es solo un problema nacional. También es una preocupación para UNESCO, porque es una medida extrema, y desde ese momento se compromete más para que salga de esa situación”.
En la reunión de Sevilla fue la segunda vez, en tres décadas del Comité del Patrimonio Mundial, que un sitio fue quitado de la lista: el Valle del Elba, en Dresde. Allí están construyendo un puente que según UNESCO pone en riesgo el valor natural y cultural del paisaje. La medida fue aprobada en votación secreta de los 21 países que integran el ejecutivo del Comité.
Yo intuí que era algo muy fuerte, se notaba en el ambiente. Hubo un silencio total y un clima de pesadumbre. Luego hablé con la española Nuria Sanz, jefa de la región América Latina del Comité, que me dijo: 'lo que pasa Andrés, que esto es una derrota para nosotros'. Yo pensaba que los alemanes debían estar horrible, pero no, peor estaba la gente de UNESCO”.
El primer sitio quitado de la lista de patimonios de la humanidad fue el Santuario de Orix árabe en Omán.

Malignas del Sacramento
Desde 1998, la empresa Buquebus pretendía construir un hotel casino en el antiguo edificio de la Prefectura de Colonia, luego ampliado a un proyecto más ambicioso: un puerto de yates y el barrio Marinas del Sacramento. “Solo el hotel tendría un impacto bárbaro, porque eran tres manazanas, se proyectaba techar la calle de la Prefectura con vidrio, con una estructura fraraonica, lo que obligó a crear una Comisión especial para analizar estas inicitivas”, dice Mazzini, quien hasta su renuncia a la Comisión del Patrimonio fue técnico del Consejo de Colonia, una entidad dedicada al estudio y protección del Barrio Histórico.
Una primera misión de UNESCO llegó en 2002 para inspeccionar las condciones del anunciado hotel casino que se iba a ubicar en pleno muelle patrimonial coloniense. En aquel momento vino el experto argentino Carlos Pernaut, el mismo que hizo el informe en 1994 para que el Barrio Histórico fuera declarado Patrimonio Mundial al año siguiente. Pernaut realizó una segunda visita de evaluación en 2004, confirmando que el emprendimiento debía ajustarse a las características del sitio.
En 2006 estuve en el primer Encuentro Internacional de Ciudades Patrimoniales de Origen Portugués, en Coimbra. Cuando hablé de Colonia y expuse el caso de Marinas de Sacramento, se me acercó un alemán de UNESCO, y me dijo: “le puedo asegurar que si ese proyecto se concreta Colonia deja de ser Patrimonio de la Humanidad”. Yo intuía que era un proyecto agresivo para el sitio, pero alli tomé conciencia de la gravedad de la situación”.
Marinas era un negocio de Buquebus, con un puerto de yates y un emprendimiento inmobiliario que significa una superficie similar al 75% del tamaño del Barrio Histórico. “Se iba a crear un nuevo barrio, con edificios de más de siete pisos, con una torre de oficinas y un hotel y centro de convenciones, viviendas escalonadas y todos los servicios relacionados con el puerto de yates. Hay que imaginar una verdadera ciudad al lado de un lugarcito de 300 padrones, al que le quedan 300 habitantes”, evoca.
El argentino Edgardo Venturini encabezó la tercera misión de UNESCO que en 2008 evaluó el proyecto en su totalidad, y fue muy claro: su ubicación no es viable porque afecta el valor patrimonial de Colonia. “Desde Sevilla, en julio mandé un mail a los compañeros del Consejo, describiendo como el Valle del Elba perdió su calidad de Patrimonio de la Humanidad, porque me impactó mucho. Y terminé diciendo: que suerte que tuvimos con nuestra querida Colonia, que logramos evitar que terminara en una situación similar. Si no se hubiera hecho todo el proceso de UNESCO, el proyecto se realizaba. Hubiese sido algo realmente muy malo para el país”, asegura Mazzini.

Zimmer
De mi siempre se dijo en algunos sectores de Colonia que yo me oponía al proyecto de Marinas, pero lo único que quise fue una opinión calificada que dijera, no hay problemas, o que dijera que hay que repensarlo o que dijera que es un disparate. Porque aquí nunca se evaluó profundamente: ni en la intendencia, ni en Dinama.
El intendente Walter Zimmer se enojó conmigo por el tema de la agenda de la última misión de UNESCO en Colonia. Intentó marcar las reuniones de la inspección, pero no entendió que era una visita técnica solicitada por el gobierno uruguayo, y que yo era el responsable de coordinar la agenda, como técnico encargado de la gestión patrimonial.
Un día Zimmer me llamó porque no quería que la misión se reuniera con la Sociedad Ecológica San Gabriel, a lo que le respondí que ellos iban a escucharlos a todos: a los empresarios y a los ecologistas. Entonces se fue de madre, me insultó y me amenazó, diciéndome: “a los que me ponen palos en la rueda los aplasto como chinches. No iba a presentar la denuncia, pero mi esposa y mis hijos se asustaron mucho”.

Mazzini
Recibido de arquitecto en 1982, especializado en patrimonio, es profesor agregado, grado 4, del Instituto de Historia de la Arquitectura, encargado del Centro de Documentación de Historia de la Arquitectura y el Urbanismo de su facultad.
En 1980 se sumó al Grupo de Estudios Urbanos. “Vista en la perspectiva del tiempo fue una gran campaña comunicacional, que creó un movimiento de reflexión opositora a la dictadura. A partir de un tema muy específico, la arquitectura, se captaron inquitudes muy diversas, quizá, porque había un paralelismo entre la pérdida de valores de identidad y del pasado y tradiciones muy fuertes que el país necesitaba recuperar: libertad, democracia, cultura, educación”.
Liderado por Mariano Arana (“un verdadero innovador de la enseñanza de la arquitectura”), en ese equipo también estaban su hermanas hermanas Elena y Laura Mazzini, Carmen Canoura, Fernando Giordano, Nelson Inda, Pilar Pérez, Lina San Martín, entre tantos. En su sede de la calle Ciudadela, el GERU realizó los memorables audiovisuales Montevideo ciudad sin memoria.
Realizó los primeros inventarios urbanos de Montevideo: Ciudad Vieja, Barrio Sur, Barrio Reus al sur, Aguada, Plan Fénix, y Carrasco, con la arquitecta Laura Cesio. También relevó ciudades del interior: Colonia, Salto, Tacuarembó, Rivera, San José, Pando.

lunes, 3 de agosto de 2009

Enriqueta, el barco de la memoria


Crónica de un olvidado tesoro rioplatense que aún aguarda un destino patrimonial

Un barco que resistió
al tiempo pero que no
resistirá a la indiferencia. 
(Diana Pereira)
Un histórico remolcador fluvial, último superviviente de la astillería nacional del siglo XIX tiene todos los atributos para ser la primera plaza marítima de América Latina, museo flotante, crucero cultural y turístico por la bahía de Montevideo. Una idea fantástica. Tan fantástica, que todavía es una quimera que ilusiona a expertos hombres de mar, académicos, funcionarios portuarios y vecinos de la Ciudad Vieja. El Enriqueta fue rescatado de la muerte por  el mecánico naval Manuel Medina y su equipo, luego del temporal del 23 de agosto de 2005. A punto de cumplir 120 años apenas flota vulnerable, casi agonizante, trincado de proa a un muelle perdido.

Fotos de Diana Pereira y del Archivo Julio Chocca. 

El arqueólogo Antonio Lezama no lo podía creer. El buzo experimentado, director del Programa de Arqueología Subacuática de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, lo vio por primera vez a mediados del mes pasado. Cuando puso pie en la cubierta, luego de cruzar un puente armado a las apuradas, con cuerdas y maderas, se fijó en su popa en espejo, del tipo cola de pato, similar a la de las carabelas de Colón. “Un ejemplo de trabajo artesanal, de conocimiento histórico, pero también del saber técnico: la popa en espejo le da flexibilidad a la navegación, facilita la maniobra y el timoneo”, explica Lezama.
La botadura del Enriqueta en 1894. 
(Archivo Julio Chocca)
El Enriqueta fue armado en 1894, en el astillero de la naviera Lussich, por entonces ubicado en el extremo este de la bahía de Montevideo, donde hoy está la escollera Sarandí, frente al Hotel Nacional. Fue diseñado como un típico carguero de su época, por pedido de la barraca Mann George Depts, dedicada al comercio de carbón. Construido con curupay y lapacho, madera dura traída desde Paraguay, su primer motor fue una máquina a vapor de dos cilindros, sustituido pocos años después por un diesel Deutz, de 600 caballos de fuerza, luego cambiado por uno de 800 caballos.
Su doble casco interno permanece intacto a pesar de 115 años repletos de inclemencias. Su interior atesora vestigios de todas las tecnologías de impulsión, protegido por cuadernas trabadas en cobre, bronce y hierro galvanizado. Su estructura está sostenida por una viga transversal que se cruza con una columna que se sumerge 20 centímetros en el agua, para entregarle una solidez invulnerable. Una recorrida por sus 22 metros de eslora y sus seis metros de manga, permite imaginar a tripulantes remolcando un buque o rescatando a náufragos que en su desgracia perciben una muerte inminente. Pero también fue un improvisado navío militar.
Un tesoro patrimonial que reposa en un
muelle abandonado del puerto de Montevideo.
 

(Diana Pereira)
El 4 de diciembre de 1896, en la primera revolución liderada Aparicio Saravia, cuando era casi inexistente una armada oficial, el presidente Juan Idiarte Borda despachó una flota improvisada con tres buques civiles artillados con un pequeño cañón en proa. Las fuerzas gubernamentales consiguieron dispersar a los insurgentes con apoyo fluvial del Fulton, el República y el Enriqueta. 

Cuatro meses después, un nuevo intento rebelde, liderado por el coronel Diego Lamas, desembarcó en las costas de Colonia, en un ataque desde territorio argentino, coordinado con otro contingente blanco al mando de José Núñez, que ingresó por Conchillas. No tardó la respuesta del teniente coronel marinero Jorge Bayley, coordinador de la militarización del carguero de cabotaje Tabaré, del mercante República y también del Enriqueta comandado por el capitán Ricardo Couces Rodríguez. Los revolucionarios fueron derrotados, pero, poco después era asesinado Idiarte Borda. Su sustituto, Juan Lindolfo Cuestas, fue firmante de la paz con el Partido Nacional, en el llamado Pacto de la Cruz, el 18 de setiembre de 1897.

Navegando el Río de la Plata
en la década de 1960.

(Archivo Julio Chocca) 
Héroes y sabios
El Enriqueta es tres lustros más viejo que el moderno puerto montevideano, inaugurado el 25 de agosto de 1909. “Era un barco muy marinero. Recorrió el Río de la Plata hasta la Argentina y el Atlántico hasta Río Grande do Sul. Transportó barcazas, fue reparador de cables en la ruta a Buenos Aires y también llevaba pasajeros desde y hacia los transatlánticos”, evoca Julio Chocca, redactor de un informe para el Grupo Interinstitucional de Fomento la Cultura Marítima y Portuaria. 
A mediados del siglo pasado fue adquirido por la empresa Reyla que le asignó su función definitiva de remolque y asistencia de buques que llegaban a Montevideo. La valentía y pericia de su tripulación en la tragedia del Royston Grange, forma parte de la mejor historia portuaria. El 11 de mayo de 1972, a las 5.20 de la mañana, el carguero inglés se transformaba en una gigantesca pira de metal y sangre, luego de chocar con el petrolero liberiano Tien Chi. El infausto saldo de 82 muertos no menoscaba una labor heroica de marinos y rescatistas uruguayos que enfrentaron el siniestro en el Canal del Indio. Al año siguiente condujo a la chata de carga Queguay, por los ríos Paraná y Uruguay, y en 1980 al Daymán II, en otro periplo que aún se recuerda como una hazaña fluvial.
El Enriqueta auxiliando al Royston Grange.
(Archivo Julio Chocca) 
Comandado por el capitán Héctor Lee, el 14 de julio de 1987 realizó otro épico salvamento en el terrible y luctuoso Banco Inglés, Luego de tres días de tironeo alcanzó liberar de la varadura al buque pesquero japonés Chidori Maru N° 38, de 80 metros de eslora. Las fotos de época describen la emoción de los 16 tripulantes rescatados.
Con la llegada de nuevos remolcadores a la empresa Reyla, en la década de 1990 fue desafectado del servicio activo, pero nunca dejó de navegar, aunque ya no competía con las nuevas tecnologías.

Bien de Interés Cultural
A pocos metros de su amarre, en un muelle escondido, ubicado a pocos metros de la rambla portuaria casi Colombia, reposan los restos de otro remolcador histórico: el Guarino, construido en 1913.
Un barco histórico con todas las letras.
(Diana Pereira)
Una mañana de julio estuvo allí el abogado Alberto Quintela, miembro de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación, y el arqueólogo Alejo Cordero, técnico de la oficina gubernamental, para quien comparar fue inevitable. “Ver al Guarino es imaginar un futuro indeseable para el Enriqueta, que todavía es rescatable en su totalidad; pero estamos en una carrera contra el tiempo”, señala Cordero. Para Quintela la figura legal más recomendable es la de Bien de Interés Cultural. “Aunque no existe una norma que permita declararlo oficialmente como BIC, de todas formas merece una protección urgente”.

Desde entonces la Comisión del Patrimonio coordina una estrategia con el Programa de Arqueología Subacuática (PAS), la Intendencia de Montevideo y el Grupo Interinstitucional de Fomento la Cultura Marítima y Portuaria. Una acción multidisciplinaria sin antecedentes, que suma a marinos experimentados, académicos, funcionarios portuarios y vecinos de la Ciudad Vieja que se proponen transformar al Enriqueta en la primera plaza marítima de América Latina, museo flotante, crucero cultural y turístico por la bahía de Montevideo, entre el puerto, las islas costeras y el Cerro.
En 2009 fue declarado
Bien de Interés Cultural.

(Diana Pereira)
Un equipo del PAS inició una investigación arqueológica y antropológica, de organización de archivos y entrevistas a antiguos tripulantes. “Un relevamiento material e inmaterial del bien, que propone comprender su valor cultural dentro de un contexto histórico”, explica la arqueóloga Bianca Vienni.

El futuro del Enriqueta depende de un plan de gestión que permita recuperarlo, y que luego le aporte sustentabilidad, por ejemplo, por el turismo patrimonial”, afirma Antonio Lezama, entusiasmado con la aptitud de la emblemática embarcación.
Este caso nos pone frente a un tema crucial. Está bien que el puerto comercial crezca porque el país lo necesita, pero el puerto debe dialogar con su ciudad, porque es la matriz de la ciudad. Para que no se pierdan bienes como el Enriqueta, debiera abrir sus puertas a la gente, con un plan de difusión de la cultura marítima”, concluye Alberto Quintela.

El señor de la bahía fue utilizado como
espía por su majestad británica cuando
el Graf Spee estuvo en Montevideo.
(Archivo Julio Chocca) 
Espía
14 de diciembre de 1939. En aquella tarde, inolvidable, fue uno de los primeros en controlar los cabos del acorazado de bolsillo Graf Spee, que ingresaba maltrecho a Montevideo, luego de la célebre batalla del Río de la Plata. Un rescate profesional que en realidad encubría una maniobra de espionaje. Entre marinos, mecánicos, soldadores y tanques de oxígeno, la diplomacia británica había colocado a dos agentes secretos de su Majestad. Todo el tiempo que el temido buque nazi estuvo atracado en el puerto, hasta su expulsión por orden del gobierno uruguayo, el Enriqueta permaneció a su lado, con el pretexto de que iba a ser la base del auxilio contratado a la empresa naviera Regusci y Voulminot. Nunca hubo tal reparación de averías, pero el viejo remolcador jamás se movió de allí, transformado en una atenta oficina de vigilancia militar. Por entonces todavía era propiedad de la barraca de carbón y sal Mann George, de capitales ingleses. La anécdota es contada por el ex embajador Sir Millington Drake en su libro El drama del Graf Spee y la Batalla del Río de la Plata.


Manuel Medina, el mecánico naval
que rescató al Enriqueta.

(Diana Pereira)
El mar lo mueve todo”

Manuel Medina es un mecánico naval que puede contar miles de historias del puerto de Montevideo. Pare él, la más emocionante sin dudas: el rescate del Enriqueta cuando corría riesgo de ser destruido por la indiferencia.

-¿Cómo fue el accidente?
-Fue el 23 de agosto de 2005, por aquel temporal impresionante. Estaba amarrado en un pequeño muelle, con una grúa al lado que también se desamarró. Por el temporal debí quedarme toda la noche de guardia, y pude ver como la grúa empujó al Enriqueta contra las rocas y lo volcó a estribor. Cuando baja la marea se ve la marca que dejó. Recuerdo que esa noche fue un caos. Los barcos se soltaban, hubo un blackout eléctrico. El viento fue tan fuerte que hasta arrancó el anemómetro del puerto.

-¿Por qué se decidió a rescatarlo?
-Porque amo la madera, y porque le prometí a un amigo, el ingeniero Carlos Guarino, que ese barco increíble va a volver a navegar. La ANP exigía que fuera quitado de allí y la empresa propietaria iba a desguazarlo. Era un crimen vender por partes al barco más antiguo del país. El rescate nos llevó casi dos años, con apoyo logístico de Tsakos que nos prestó la maquinaria. Lo fuimos desplazando de a 15 centímetros por día, hasta que vino la marea y lo liberó. Creo que fue el trabajo más difícil que tuve en 34 años de mecánico naval. Es que el mar lo mueve todo.

- ¿Y ahora?
- La tarea más urgente es el calafeteo a babor del casco, el sector más afectado porque en la volcadura quedó al sol, y el sol es el peor enemigo de la madera de un barco. Cuando el calafateador empiece su trabajo, será un espectáculo hermoso, y quizá, irrepetible. Es un oficio que se ha perdido: queda un solo carpintero de ribera. Se llama Carlos Aguilar, y es realmente un artista.

Su gloriosa silueta evoca la mejor
historia marítima del país.

(Diana Pereira)
De popa a proa
Es un barco gallardo, alto, impregnado de toda la nobleza de la madera, que nunca fracasó aún en las misiones más complejas.”
Alejandro Pigorsch, práctico del Río de la Plata, nieto de un ingeniero alemán que fue transportado al Graf Spee por el Enriqueta.

El Enriqueta es una joya del trabajo portuario. Es un patrimonio que merece ser reconocido y protegido como forma de preservar nuestra tradición naval, para que las generaciones futuras puedan acceder a su conocimiento y disfrute.”
Daniel Gemino, fundador de la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial, en la revista Redes.

Su silueta es evocadora de una actividad primordial de cualquier puerto, como partícipe de hechos históricos del país. El compromiso social y educativo está planteado, las cuadernas, la cubierta y cada fibra del remolcador aguardan, solo resta redoblar el esfuerzo para que el Enriqueta retome sus singladuras."
Juan Pedro Gilmes, historiador del puerto de Montevideo y del Río de la Plata.