viernes, 17 de diciembre de 2010

Julio Sosa, Varón del Tango, Voz de Las Piedras


Dos horas antes del alba

Julio Sosa con su DKW Fissore, pocos
días antes del trágico accidente
de Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla.
Es el título de su único libro de poemas, pero también una marca indeleble en su vida y en su muerte. De madrugada, poco antes de la salida del sol, solía reunirse con su amigo Víctor Mancebo para contarle sus sueños, casi adolescentes. También a esa hora regresaba a Las Piedras, cada vez que venía al país, con toda la fama de Buenos Aires. Poco antes del alba fue el mortal accidente, un 26 de noviembre de 1964, que lo transformó en un ídolo popular que siempre tendrá 38 años, y que con ímpetu juvenil reclama la recuperación definitiva de su memoria pedrense.

Sobre la base del suplemento La Lupa publicado en el semanario Brecha de Montevideo, 3 de diciembre de 2010. Actualizado en 2012 y 2014.

El 17 de octubre de 1964 fue su última noche en Las Piedras, luego de una agotadora gira de dos semanas por todo el país. Fue cuando se reunió con todos sus amigos y sus familias, en la casa de su adorado Pardo Hernández. Allí estaba Leopoldo Federico, el director de su orquesta, y cuatro de sus músicos, que al otro día iban a actuar en el Olimpia canario para colaborar con el club que presidía otro de sus inseparables: Cacho Maggiolo. En un momento Julio desaparece de la reunión y Víctor Mancebo, su “hermano”, se lo comenta al Pardo, que sale a buscarlo. Como pasaban los minutos y no había noticias de ellos, es Víctor quien sale y los ve sentados en el murito de al lado, abrazados como dos criaturas. No fue necesaria una pregunta para que Julio respondiera: “Estoy llorando de alegría, porque pude regalarle este triunfo a mis amigos de Las Piedras; si no lo hubiese logrado no volvía más”. A las cuatro de la mañana le pidió al Pardo que lo acompañara hasta la casa donde había nacido. Fue la última vez que estuvo allí.

"Con Gardel hay una lógica polémica, pero con Julio Sosa no hay ninguna posible: nació y comenzó a cantar en Las Piedras siendo muy joven.”
Alfredo Fernández, ex director general de Cultura de la Comuna Canaria, 2010.

Julio María Sosa Venturini, nació en Las Piedras, departamento de Canelones, el 2 de febrero de 1926. Mi padre fue un peón rural analfabeto y mi madre, sirvienta”, solía recordar aún en el apogeo de su fama internacional. La casa paterna de Luis Alberto de Herrera 535, hoy está señalizada con una placa y es visitada por miles de peregrinos al año. Poco tiempo después fue llevado a José Pedro Varela y 20 de Febrero, pero cuando murió su padre, Luciano Sosa, la familia se dispersó. Ana María, su madre, y Tula, su hermana, se fueron a la casa de una tía, mientras él se quedaba con la familia Mancebo, en Batlle y Ordóñez y Florida, la actual Torres García. 
Foto de la orquesta de Carlos Gilardoni.
De izquierda a derecha: el maestro
Gilardoni, Barthé, El Cubano González
(pianista), Luis Alberto Colantonio
(bandoneonista), Juan Sampietro
(contrabajista), Antonio Colantonio,
Rambalduzzi (bandoneonista),
Julio Sosa y Scópice. La dedicatoria
dice: “Es este el grato recuerdo
de un montón de muchachos que
supieron ganarse mi mayor afecto
y estimación por sus horas francas
de compañerismo y gran corazón,
integrantes de la orquesta de
Carlitos. Como su cantor no los
olvidaré jamás aunque el destino
nos separe. Julio María Sosa,
febrero de 1946”
(Archivo de Luis Toto Villamayor).
Julio tuvo una niñez pobre. La madre también era planchadora y él llevaba la ropa a los clientes, mientras lo hacían cantar y recitar en su escuela pública que quedaba en la vieja casona de los Carámbula, donde ahora está el cine 18 de Mayo. El niño trabajador hizo de todo: ayudante de mercachifle, vendedor de bizcochos, podador municipal de árboles, lavador de vagones, repartidor de farmacia. Pero sus ambiciones eran otras. Participó en programas radiales en Montevideo y hasta ganó un concurso infantil de cantores de tango.
A los 14 años fue guarda en la Compañía de Ómnibus del Este, de la familia Caraballo, entre Las Piedras y Canelón Chico. Por entonces ya tenía el deseo de cantar, cantar y cantar, pero antes fue obligado a enfrentar una última prueba: la Marina. “Como Doña Anita no podía dominarlo, se lo encomendó a un hermano militar. Pero no estuvo más de seis meses, porque se escapaba de noche; vivía de arresto en arresto hasta que le dieron la baja”, recuerda su amigo de la infancia, Víctor Mancebo. Cuando recién había cumplido los 16 años se casó con Aída Acosta, hija de Diomedes Acosta, más conocida en el pueblo como Leonor, pero el matrimonio duró apenas un año. 
En 1944 fue su inicio profesional, en la ciudad de La Paz, como vocalista de la orquesta del maestro Carlos Gilardoni. Poco después se trasladó a Montevideo para cantar con Hugo Di Carlo, Epifanio Chaín, Edelmiro Toto D'Amario y Luis Caruso, Carusito, con quien grabó su primer disco para el sello Sondor en 1948.
En junio del año siguiente cantaba en café porteño Los Andes, de Jorge Newbery y Córdoba y realizaba una prueba en la orquesta típica de Joaquín Do Reyes, pero el director consideró que su voz era muy “dura”. De esa primera etapa solía recordar: “cuando debuté en Buenos Aires, me tuvieron que prestar un traje". Su vida comenzó a mejorar en agosto, cuando lo descubrió el letrista Raúl Hormaza, que no demoró en acercarlo a Enrique Franchini y Armando Pontier, para sumar su voz a la de Alberto Podestá. De 20 pesos por noche en el café, pasó a ganar 1.500 mensuales. 
En 1951 se casó con Nora Edith Ulfeldt, argentina descendiente de dinamarqueses, con quien tuvo a su única hija, nacida un año después: Ana María. Tras la separación de la pareja, Nora se llevó a la niña Comodoro Rivadavia y nunca le permitió verla, por más que Sosa viajó a esa localidad patagónica.
El histórico bar Continuado, donde paraba el joven Julio,
estaba ubicado frente a la plaza de Las Piedras. Allí fue
colocada una placa alusiva al Varón del Tango.
En abril de 1953 pasó a la típica de Francisco Rotundo, con la que grabó en Odeón: Justo el 31, Bien bohemio y Mala suerte. Dos años después regresó conPontier y registró sus grabaciones en RCA Víctor y CBS Columbia: La gayola,¡Quién hubiera dicho!, Padrino pelao, Martingala, Abuelito, Camouflage, Enfundá la mandolina, Tengo miedo, Cambalache, Brindis de sangre o No te apures, Carablanca. El 3 de junio de 1959 se casó por tercera vez, con Susana Beba Merighi, su compañera hasta el final. “No es cierto que le gustaban las carreras de caballos, ni el fútbol. Era apolítico, aunque se le mencionó como que peronista, quizá, porque sí lo fue su esposa Susana. Por entonces la orquesta de Rotundo, era la primera cooperativa que se presentaba en todos los actos peronistas”, afirmaba Toto Villamayor. 
En 1960 publicó un libro de poesías que sorprende por su lenguaje y que se agotó en todas sus ediciones: Dos horas antes del alba. También escribió la letra del tango Seis años, con música de Toto D'Amario. Por entonces se desvinculaba dePontier, decidido a iniciar su etapa de solista. Convocó, entonces, al bandoneonista Leopoldo Federico para que organizara su orquesta acompañante. Con ella comenzó a grabar para el sello CBS Columbia, en 1961, cuando su voz y su estilo ya estaban impuestos en el gusto popular. El periodista Ricardo Gáspari, jefe del departamento de prensa y promoción de Columbia lo bautizó Varón del Tango y así tituló su primer larga duración. “A Julio le encantaba, porque se sentía muy identificado con esa imagen recia, pero hubo algún cronista que discrepó con el nombre, y él respondió en una columna que tenía en la revista porteña Cantando. ¡Mamita, lo que le dijo!”, solìa  recordar Toto Villamayor, uno de sus amigos màs cercanos. Julio Sosa mantuvo un duelo muy especial con la denominada "Nueva Ola" liderada por el Club del Clan, que en su opinión: “cercenaba las raíces culturales de la juventud”. Enfrentó el riesgo con tanto éxito que a comienzos de 1964 la Columbia le otorgó una plaqueta de oro por haber vendido más de medio millón de discos. 
Ese mismo año fue protagonista de la película Buenas Noches, Buenos Aires, dirigida por Hugo del Carril, en la que baila con Beba Bidart y canta El Firulete.
La primera foto de Julio Sosa
como profesional, en el Casino
Nogaró, Punta del Este, 1948.
El 18 de noviembre comenzaba la grabación de su séptimo disco, pero sólo pudo hace dos temas: Milonga del 900 y Siga el corso, luego editadas en un simple de 33 RPM. El 23 realizó su última actuación en vivo, en radio Splendid, con La gayola y un mensaje final profético: “pa que no me falten flores cuando esté adentro del cajón". 
Tenía una pasión desenfrenada por los automóviles. Fue propietario de un Isetta, un De Carlo 700 y un DKW modelo Fissore; con los tres chocó por su gusto desmedido por la velocidad. El tercero fue fatal. En la madrugada del 24 de noviembre de 1964, se llevó por delante una baliza luminosa en la esquina de la avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla. Fue internado en el Hospital Fernández y luego trasladado al Anchorena, en el que dejó de existir el 26 a las 9.30 de la mañana. Sus restos comenzaron a ser velados en el salón La Argentina, pero la multitud obligó a continuar el acto en el Luna Park, que llenó sus 25.000 plazas. Fue enterrado en el cementerio de la Chacarita, luego de un cortejo fúnebre de 18 kilómetros de largo, en el que su cajón fue llevado a pulso por sus amigos, compañeros y admiradores. Julio Sosa fue profundo admirador de Gardel a quien le interpretó, a manera de homenaje, la mitad del repertorio, pero siempre con su estilo personal. Fue el último cantor de tango que convocó multitudes. 

¿Sosa o Carámbula? 
Según una leyenda urbana, Julio era hijo natural de un famoso juez de Paz de Las Piedras que durante años tuvo como empleada a su madre. El abogado Lisandro Carámbula, abuelo de Berugo, el actor y músico pedrense, fue quien casó a Ana María Venturini con Luciano Sosa una vez que supo del embarazo. La casona de la influyente familia está ubicada en Garibaldi y Batlle y Ordóñez, a pocas cuadras del centro de la ciudad. Fue el sitio donde vinieron a vivir los primeros Carámbula arribados desde las Islas Canarias. Lisandro fue un gran músico y cantante de tangos, que casaba a la gente y después salía a dirigir su banda tocando algún instrumento, casi siempre el saxo. La filiación natural, asumida siempre con dolor y rebeldía por Sosa, sólo fue compartida con pocos familiares y sus amigos más cercanos, quienes todavía respetan la voluntad del cantante de "honrar la memoria" de Don Luciano. Mantenido en un secreto imposible, el hecho marcó su personalidad y su relación con las mujeres.


El error 
Tapa del libro de poemas
escrito por Julio Sosa.
"El erótico error de mis padres
me dio luz, yo me llamo Fracaso...
es mentira que tengo otro nombre
por más que lo diga, lo grite o lo ladre 
el severo y absurdo papel de un juzgado...
Fui un orgasmo fatal de un momento 
fui un instinto morboso y malsano
y pasé de mi padre a mi madre 
por un tubo convulso y enfermo
una noche, hace ya treinta años... 
Pude estar encerrado en el vidrio
de la feria brutal de algún sabio. 
Por error he nacido y existo
sin poder ayudar a la ciencia 
conservado en el fondo de un frasco... 
Pude ser una obra suprema 
de monstruosa fealdad, una bestia,
pero tengo un defecto que impide 
consumar tan macabra belleza...
Y es que en mí, tan deforme y enfermo 
puso Dios con crueldad manifiesta
la espantosa salud de un cerebro..."
Primer poema de Julio Sosa publicado en el libro Dos horas antes del alba.



La traición

"Fue contra Cambalache. No sólo por la cantidad de estropicios, sino también porque se metió con una de las letras emblemáticas de la poesía tanguera. Y encima la consagró como su versión más famosa. Quien conoce algo de la historia, sabe que a Enrique Discépolo los tangos no le salían como hongos, ni que los escribía en una servilleta de bar, después de tomarse un par de ginebras. Trabajaba sus letras con el buril de poeta. Y si algo le obsesiona al poeta es la palabra. Y para el poeta, ninguna palabra es igual a otra, aunque se le parezca. Puedo imaginarme el momento en que Discépolo tuvo que seleccionar los nombres donde se mezclaban biblias y calefones, es decir, símbolos opuestos del mundo desquiciado que asomaba allá por 1930. Es muy probable que Discépolo haya elegido con gran cuidado los personajes emblemáticos de su época (debe haber anotado y tachado nombres una y otra vez) hasta escribir finalmente: ‘Mezclao con Stavisky, van Don Bosco y la Mignon/ Don Chicho y Napoleón/ Carnera y San Martín’.

Es evidente, que el Varón del Tango confundió a Stavisky (Alexandre, un estafador ruso de alto vuelo) con el músico también ruso Igor Stravinsky. Con ese convencimiento, reemplazó al supuesto Stravinsky por Toscanini (Arturo), un nombre más cercano al oído de su público que el del autor de La consagración de la primavera. De paso, sacó de la lista a Carnera (Primo Carnera, campeón mundial de box en la década de 1930, de origen italiano) y lo reemplazó por Carrera (probablemente el billarista argentino casi contemporáneo de Sosa). Pero ahí no para la cosa. Además del incalificable ‘se vamo a encontrar’ (cuando el original decía ‘nos vamo a encontrar’), Julio Sosa traiciona la ideología anarquista del viejo Discepolín. En la última de las antinomias, el autor pone del lado de los calefones a los ‘que viven de los otros’ y no a los ‘que viven de las minas’. Es decir, a los patrones y no a los cafishios.”

Pasaje del artículo "Cantori Traditori", publicado por Roberto Tito Cossa en el diario argentino Página/12, 5/11/2000 (www.pagina12.com.ar).



Monumento

Fue inaugurado el 26 de noviembre de 1965 en la esquina de las avenidas General Flores y Rivera y reinaugurado en 2012 frente a la Plaza de Las Piedras. “La primera idea era hacer un busto de Julio, pero fue tan fantástico el trabajo de la Comisión que se recolectó bronce en todo el país, mientras la orquesta de Gilardoni tocaba en todos lados para cumplir con ese objetivo”, recuerda Víctor Mancebo. La escultura de Clarel Neme, muestra a Sosa caminando hacia la plaza, tal cual era su costumbre. El artista de Lezica se puso en contacto con los sastres del cantor para utilizar las medidas exactas del cuerpo y el traje. “Después del pedido de bronce, faltaban canillas en Las Piedras y sus alrededores”, cuenta Mancebo con una sonrisa repleta de nostalgia.


Museo y Espacio Cultural
Es una instituciò que pone en valor las tradiciones musicales de Las Piedras, el departamento de Canelones y el Uruguay, a través de un homenaje a Julio Sosa. Està ubicado en la avenida Artigas y Manuel Oribe, dentro del Hipódromo de Las
Sala principal del Museo Julio Sosa.
Piedras, y es administrado por la Comisión Honoraria del Patrimonio Departamental de Canelones,
con la curadería de María Eugenia Grau.

Posee un acervo de objetos, trajes, imágenes e información de prensa sobre el Varón del Tango, una muestra del artista plástico Roberto Sabán denominada “Tango y Pincel” con técnicas de oleos y collages. Se trata de un homenaje al tango de arrabal y de piringundines, con poco acompañamiento instrumental, en su mayorìa alusivo a Carlos Gardel y Julio Sosa.
El Museo ofrece muestras estables sobre: El Tango como elemento cultural,  Vida y obra de Julio Sosa, documentos y una colección de archivos fotográficos. El visitante puede leer mientra recorre sus salas, frases del inolvidable cantor pedrense, como por ejemplo: "Quiero un tango lento, ronco, orillero,irónico. Con olor a malvón y no a rosa."



Caja que perteneciò al Varòn del Tango.
Don  Julio y el Bicentenario 
“Julio Sosa es un patrimonio cultural de Las Piedras, que nos pertenece a todos los uruguayos y por el que estamos trabajando para su apropiación colectiva. La ciudad tiene un monumento muy significativo, realizado poco después de su muerte gracias al compromiso de tantos vecinos. En 2006 inauguramos su Mausoleo, una obra artística que es visitada desde todo el departamento, pero también desde el resto del país y la Argentina. El 26 de noviembre de 2011, con motivo del Bicentenario, inauguramos el Museo Centro Cultural Julio Soss. Allí se expone una documentación muy valiosa, de Víctor Mancebo, Luis Villamayor, Elsa González, cuñada de Cacho Maggiolo, imágenes, audios, videos de la repatriación de Sosa y una copia de la única película en la que actuó. Deseamos compartir nuestro patrimonio inmaterial con los más jóvenes, el de Sosa, pero también sobre Germán Cabrera, Miguel Ángel Pareja, Manuel Rosé.”
Elena Pareja, presidente de la Comisión Honoraria del Patrimonio de Canelones, 2011.

Cuatro entierros
“En su velatorio del Luna Park pude conocer a las mayores figuras del tango, el arte y la cultura argentina. La corona que más se distinguía era una inmensa, que decía: ‘Juan Perón’. Julio no hablaba de política, pero quien le organizó el velatorio y el entierro fue Hugo del Carril, ¡terrible peronista! Me acuerdo que le dije: ¿Hugo, lo llevamos a Las Piedras?. Pero él fue directo: “No, se queda acá”. Del Carril trató de enterrarlo en el panteón de SADAIC, el gremio de los compositores, pero Julio no era socio, y se lo negaron, y hubo que sepultarlo en los nichos del sótano. Él pagó el alquiler, pero pasó el tiempo, y como no se renovó el espacio lo llevaron al depósito. Cuando nos decidimos a repatriar los restos, con activa participación del doctor Freddy López y el escribano Freddy González, nos informaron que estaban perdidos. Finalmente los encontramos tirados, como si se tratara de un desconocido, y en el mayor secreto fueron traídos, porque se temía que las autoridades argentinas no dejaran sacarlos de Buenos Aires. Una vez en Las Piedras, su primer destino fue el panteón de la familia de molineros Bosch. Como estaba en préstamo y debíamos sacarlo de allí, la Intendencia tuvo la buena idea de construir el Mausoleo. Por eso digo que Julio tuvo cuatro entierros.”
Luis Toto Villamayor, empresario fúnebre, amigo de Julio Sosa.

Dora
“Querido Cacho: No pude verte antes de irme. Mientras hacía tiempo para tomar el tren me paré en el (bar) 25 con la esperanza de ver a Dora, y la vi. Está divina, Fue verla y volver a sentir todo lo que creí casi terminado. Es inútil creo que me va a costar mucho olvidarla y a ella también le va a costar. Cuando pasé me vio por la ventana, y salió enseguida. Cuando miró, me paré y me pasé la mano por el pelo, que es el saludo que nos hacíamos cuando había gente, y ella me contestó de la misma forma. No sabés la ganas que tengo de verla.”
Carta de Julio Sosa a su amigo Cacho Maggiolo, escrita en febrero de 1949.

“Tenía una hermosura nunca vista. Cuando pasaba por la avenida Artigas con su elegancia, los hermanos Loretto (Augusto, Domingo y Antonito) primero y todos nosotros después, nos quedábamos impactados. Dora Suárez fue el gran amor de Julio, pero era casada. Hay una anécdota. Cuando ella salió de la iglesia, del brazo de su marido, Julio estaba en la vereda de enfrente sólo para mirarla", evocaba Luis Toto Villamayor. Dora Suárez todavía vive, en una casa de Solymar.

Los boliches
“En cada venida desde Buenos Aires, su paradero era el bar Continuado, propiedad de José Pascual Maggiolo, más conocido como Cacho. El boliche quedaba frente a la plaza, donde ahora hay un supermercado. También paraba en el Carlitos, donde hoy tenemos un centro cultural, del otro lado de la plaza. De muchachito frecuentaba un boliche famoso en aquel tiempo: el 25, de la avenida Artigas casi la vía; pero ahí tenía otra intención (se ríe) porque quedaba enfrente a lo de Dora Suárez. También paraba en la fiambrería Cemerlián. El dueño se iba de tardecita y quedaba el hijo en el negocio y nos hacíamos un banquete. Tendríamos 16 o 17 años.”
Víctor Mancebo, amigo de Julio Sosa

Pituca
“En una de las venidas de Julio Sosa se fue a comer un asado con cinco o seis amigos en Villa Foresti, un paraje cercano que era propiedad privada, pero que los pedrenses utilizaban para sus campings. Cuando estaban haciendo el fuego, a orillas del agua de la represa, cae un carruaje señorial con el señor Foresti y su hija. El hombre se baja y les dice que allí no podían estar porque era una playa privada y la muchacha iba a tomar un baño. Entonces ellos dan la vuelta, se instalan en la otra orilla, y Julio comienza a cantarle a capela, con su voz más potente el tango Pituca.”
Gustavo Porro, nieto del fundador del histórico bar familiar, ubicado en Garibaldi y General Flores, que conserva objetos de Julio Sosa.

“Fue una de las voces más importantes que tuvo el tango en la segunda mitad de los años cincuenta y principios de los sesenta, época en que la música porteña pasaba por un momento no demasiado feliz."
Maximiliano Palombo, investigador argentino.

Víctor Mancebo muestra una imagen
de 1947 cuando compartió escenario
con Julio Sosa, en la orquesta de
Carlos Gilardoni
(Foto de Oscar Bonilla).
Víctor Mancebo, “hermano de leche” de Julio Sosa
“Su memoria sigue viva pero hay mucho por hacer”
Los unió una íntima relación familiar, no sanguínea, muy valorada en otro tiempo. Sus madres trabajaban como “sirvientas” (sic), una como cocinera otra como mucama, en la casa de Lisandro Carámbula, famoso juez de Paz de Las Piedras. La antigua vivienda aún existe en Garibaldi y Batlle y Ordóñez. “Nos acostaban juntos en el cuarto de servicio, él recién nacido, yo cuando comenzaba a caminar”, evoca el constructor pedrense que a sus 85 años aún extraña al amigo que conoció en la cuna.

-¿Julio había nacido para cantar tangos?
-Lo llevaba en la sangre. Nos criamos juntos, pero en la etapa escolar dejamos de vernos, y recién nos reencontramos cuando él tenía 14 años, y ya andaba cantando por clubes y recreos de Las Piedras. Siempre me contaba que una tarde su padre, Don Luciano, lo llevó al cine Moderno a ver una película de Carlos Gardel. Tenía diez años y se enamoró de aquella voz melódica. Desde ese momento Julio sólo quiso cantar tangos. Su voz era tan distinta a las otras que en 1944, todavía menor de edad, fue llamado por el maestro Carlos Gilardoni. La anécdota es muy linda. Lo acompañé a la parada, y cuando estaba por pasar el ómnibus a La Paz, que era de donde salía la orquesta, me pidió: “Víctor, vení, así entrás vos también”. Así ingresamos los dos juntos. Julio como cantante y yo como anunciador, pero luego fui contrabajista de la típica durante 30 años. Julio estuvo un año y medio con Carlitos, después actuó en Montevideo e hizo dos temporadas de verano en Punta del Este, en 1948 con Epifanio Chain y en 1949 con Edelmiro Toto D’Amario, pero se vino el invierno y aquí no había, nada de nada. Así se decidió a viajar a Buenos Aires.

-La aventura de su vida.
-Sí, pero Julio no tenía la picardía del porteño. Todos éramos escépticos sobre sus posibilidades, incluso sus amigos más íntimos creíamos que se iba a volver pronto. Por suerte nos equivocamos todos. Llegó a Buenos Aires con 23 años, el 15 de junio de 1949. A los dos meses ya estaba en la orquesta de Enrique Franchini y Armando Pontier. ¡Parecía increíble! Estaba triunfando entre monstruos del tango.

-¿Cómo era en la intimidad? Por su voz, uno lo imagina recio, peleador, además se han contado historias sobre su carácter violento.
-El carácter de Julio fue marcado por un episodio muy especial. Se casó a los 16 años, con una chica de 15 años llamada Aída Acosta. ¡Una barbaridad! Siempre decía que estaba enamorado y creía que ella también, pero sufrió una gran frustración por una infidelidad. Aquél dolor lo transformó. En cada pareja posterior actuaba con una rebeldía y un descreimiento, que no digo que esté bien, pero era así. Desconfiaba de cada mujer aunque fuera la más buena del mundo. ¡Y era bravo! Julio tenía dos vicios: fumar y conquistar mujeres. Y de repente tenía más adicción por las polleras que por el cigarro. Hace poco salió un libro que cuenta historias de Julio. Me lo trajo un amigo argentino, Ricardo Albanese, director del Museo Julio Sosa de Buenos Aires. Me lo dio a leer y me preguntó: “¿qué te parece?” Lo leí dos veces, y le respondí: “dice la verdad”. Julio era así, tenía un carácter muy difícil, pero hay que comprender en qué circunstancia personal se moldeó esa personalidad. Diga lo que se diga, era el más amigo de sus amigos. El 3 de octubre de 1964, cuando vino por su última gira en Uruguay, lo fuimos a esperar veinte personas a Carrasco, en un micro. La orquesta de Leopoldo Federico se alojó en el Victoria Plaza, pero Julio se escapaba a Las Piedras en el primer tren de la mañana y volvía con el último de la noche. Era Julio Sosa, pero iba y venía en tren.

-¿Soñaba con irse de Las Piedras?
-Cuando estábamos con Gilardoni viajábamos doce en su auto, de baile en baile, así hasta las cuatro de la mañana cuando nos dejaba en la cuadra donde está el juzgado. Con Julio cruzábamos la plaza hasta el bar Continuado. Allí estaba Don Peri que nos hacía unas costillas grandotas, con cuatro huevos fritos y una fuente de papas fritas. Después nos íbamos caminando por General Flores y nos parábamos a las cinco de la mañana en la esquina con Florida donde hoy está el Banco de Seguros del Estado. Nos sentábamos en la vereda y él comenzaba a contarme sus sueños. Para Julio no hubo un antes y un después. Su después lo había pensado antes. Todo lo que imaginó en las Piedras, lo concretó en Buenos Aires. En esa vereda hablábamos de tango, de música, de bailes, de conquistas amorosas. Nos separábamos cuando salía el sol, cada uno para su casa, porque esa misma tarde comenzábamos a recorrer nuevos bailes.

-¿Cómo le llegó la oportunidad de cruzar el Río de la Plata?
-Julio trabajaba en el cabaret Capitol del ‘Bajo’ montevideano y vivía en mi casa de la calle Batlle y Ordoñez. Se iba de tarde en tren y volvía, nunca antes de las cuatro de la mañana, en CUMOSA una empresa anterior a CODET que tenía ómnibus que marchaban a carbón. Una madrugada vino con un porteño llamado Rogelio Gazzani, pero antes de entrar me preguntó: ¿tu padre se enojará si este amigo se queda a dormir? Al otro día supimos que venía escapado de un episodio familiar complicado con la esposa. La familia Gazzani tenía una pensión en Córdoba y Rawson. A los quince días vino el padre a buscarlo, luego que se tranquilizó el problema, pero antes de irse nos ofreció su casa. Julio se animó a cruzar porque tenía la seguridad que le daba Gazzani. Fue la retribución al amigo que habíamos hospedado. Con el Pardo fuimos seis meses después, cuando Julio ya tenía su fama en cabarets, boliches y tanguerías y se había ido a vivir a la casa de una pareja. Pasamos ocho días en Buenos Aires, sin pagar hotel, en la pieza que tenía en la pensión. En 1949 había más de 300 locales de tango en la calle Corrientes, con orquestas formadas por monstruos de la música y cantores que eran más que cantores. Sólo para nombrar algunos: D'Arienzo, Canaro, Di Sarli, D'Agostino, cada uno con sus intérpretes. Julio era un canarito de Las Piedras que a los seis meses de estar allí fue contratado por Franchini y Pontier, luego por Francisco Rotundo, después volvió con Pontier, separado de Franchini, que lo nombró socio y solista. Pontier había armado su orquesta alrededor de su voz, pero un día se fue con Leopoldo Federico, con quince profesores que tocaban para él.

-¿Es cierto que en algún momento perdió la voz?
-Fue un problema que tuvo desde los 21 años, cuando cantaba en el cabaret Capitol. En los inviernos desafinaba, y aunque tomaba leche con miel que lo aliviaba, no le alcanzaba porque además tenía una malformación del tabique nasal. El problema se acentuó en Buenos Aires y en las giras con la orquesta de Francisco Rotundo, a tal punto que perdía la voz. Lo salvó Juanita Larrauri, esposa del maestro Rotundo y diputada justicialista, que lo llevó a una consulta con el doctor Elkin que había operado de las cuerdas vocales a cientos de cantores. Así nació la nueva voz de Julio, con un grave poderoso. Desde entonces fue un intérprete más recio. De allí viene lo de Varón del Tango.

-¿Cómo se enteró del accidente?
-A las 8 de la mañana del 24, estaba trabajando en la construcción de la bodega a Stagnari, cuando apareció el Pardo Hernández para a visarme que Julio había sufrido un accidente. “Nos vamos esta noche”, le dije. Pero el Pardo insistió: “No, Víctor, viajamos enseguida, porque parece que la cosa es fea”. Llegamos 10.30 a Buenos Aires y cuando tomamos un taxi nos dimos cuenta que se venía lo peor. El taxista nos recibió con su versión de la noticia: “se nos muere Julio Sosa”. Su velatorio y su sepelio fueron concentraciones populares pocas veces vistas. Más de 200 mil personas caminamos los 18 kilómetros que separan al Luna Park, donde lo velamos, hasta al cementerio de la Chacarita. El cajón era llevado en una carroza, pero sufrimos tanto dolor, tanta bronca, que lo sacamos de allí y lo llevamos al hombro. Llegamos de noche y no pudimos darle sepultura. Era un infierno de gente.

-Julio Sosa murió a los 38 años, ¿tenía proyectos pendientes y sueños por cumplir?
-Creo que estaba satisfecho con lo que había logrado en el tango, más si tenemos en cuenta que aquel “canarito” de Las Piedras conquistó Buenos Aires y fue un ídolo popular sólo comparable con Gardel. En lo personal cumplió el mayor anhelo de su vida: comprarle una casa digna a Doña Anita, su madre. La primera que le regaló fue una casita sencilla, propiedad de un señor de apellido Balzareto, en el kilómetro 20 para adentro. Dos meses antes de su última gira por Uruguay, mandó a Susana, su esposa, a hablar con nosotros para que le buscáramos algo mejor. Le compramos una muy linda y comenzamos una reforma para que quedara a nuevo, pero se hicieron mal los cálculos y faltaba dinero. Con Susana fuimos a hablar con el contratista que lo traía, con auspicio del jabón Torino. Nos dio un adelanto y terminamos la casa donde vivió su hermana Tulahasta hace poco, en Mazzini y Senén Rodríguez, de Pouey una cuadra hacia afuera. Creo que se fue de este mundo con la alegría de haber concretado su sueño.

-¿Qué queda de Julio Sosa en Las Piedras?
-La memoria sigue viva, pero ha ido cayendo. Al fallecer dejó una generación de amigos, entre ellos yo, a mis 85 años. Hay una calle, un monumento, un mausoleo en el cementerio de Las Piedras, pronto habrá un Museo en el ferrocarril, pero hay que ir a las escuelas, a los liceos, para charlar con los gurises. En Las Piedras tenemos jóvenes que no saben quien fue Julio. Hay mucho por hacer.

Tengo miedo
“Era su tema de batalla, que tiene una anécdota muy linda. Cuando Armando Pontier lo llamó para hacer su primera prueba, lo recibió con el bandoneón en la falda. ‘¿Pibe, qué va a cantar?’, le preguntó. Y Julio le respondió de primera: ‘Tengo miedo’. Entonces Don Armando trató de tranquilizarlo: ‘Pibe, no se ponga nervioso’. A lo que retrucó al instante: “No maestro, no estoy nervioso. Tengo miedo es el tema’. Julio se mataba de la risa cada vez que lo contaba.”

El cartel
“Tengo un sueño que espero ver en vida: que en la entrada de la ciudad diga que esta es la cuna de Julio Sosa”, confiesa Víctor Mancebo. El año próximo con motivo del Bicentenario de la gesta independentista oriental, la Intendencia de Canelones colocará un cartel que dirá: “Bienvenidos a mi pueblo, Las Piedras. Julio Sosa, Varón del Tango.”

Leopoldo Federico
El director, bandoneonista y compositor estuvo en la sala Adela Reta del SODRE, el jueves 16 de diciembre, para homenajear a su amigo. En la gala en honor confesó cuánto admiraba al cantor pedrense, mientras se interpretaban temas memorables, compartidos por ambos: Cambalache, Mano a Mano, Nada, El Firulete, Que me van a hablar de Amor, En esta tarde gris, Uno, Rencor, y una original versión de La Cumparsita. “El éxito de Julio fue un símbolo de la resistencia que opusimos los tangueros al Club del Clan y la Nueva Ola”, afirma Leopoldo Federico, nacido en 1927 en el barrio porteño del Once. Un reconocimiento que se repite hace 46 años. El primero fue Aníbal Troilo, cuando en el velatorio del Luna Park afirmaba: “Todos vivimos de él". El sepelio de Sosa paralizó a Buenos Aires y el investigador Federico Silva lo asoció por su convocatoria con la muerte de Carlos Gardel.