miércoles, 25 de julio de 2012

Bares gallegos, historias montevideanas


LLamados por el viento
(Ignacio Naón, 2009).

Así arribaban a los puertos de La Coruña, Vigo, El Ferrol, o el lejano Cádiz, los emigrantes gallegos camino a las Américas. Con un sueño de esperanza y de prosperidad, y también con el dolor en el rostro por abandonar su tierra, su familia y sus amigos. Así lo refleja el pintor gallego Alfonso Daniel Rodríguez Castelao cuando retrató el momento en que un adolescente embarcaba hacia un nuevo arraigo. El destino era una tierra desconocida a la que contribuyó con su esfuerzo, como tantos otros. Pocas actividades reflejan la presencia gallega en Montevideo, como los bares  creados por los herederos del legendario Francisco San Román. Allí convive la cultura popular, con una dulce morriña.

Sobre la base del capítulo 8 del libro Galicia en Uruguay (Montevideo, 2009), de Montevideo Manual del Visitante 2013 y Chivito. El Rey de los sándwiches de carne (Ediciones de la Plaza, 2014). Fotos: Ignacio Naón, Alejandro Sequeira, AOR y archivos

El Hacha, una sensibilidad cortante
Durante décadas fue el más antiguo de Montevideo, aunque su nombre original no ha quedado registrado. Abrió sus puertas en pleno siglo XVIII, al principio como una de las pulperías urbanas más concurridas, por entonces, denominadas popularmente “esquinas”.
Almacén y Bar del Hacha, el más
antiguo de Montevideo.
Es muy probable que en la medianoche del 15 de abril de 1794, su primer propietario, el gallego Juan Vázquez, se fue a dormir temprano y dejó al dependiente navarro, Bernardo Paniagua, para que atendiese a dos molestos parroquianos. Al fin quedó uno solo de beberaje en la penumbra. Un hosco marinero italiano, llamado Domenico Gambini, que horas después trepó una balandra, todavía de madrugada, rumbo a Buenos Aires. Poco tardó en llegar la noticia a la capital argentina. Gambini había robado la recaudación del bar montevideano, luego de asesinar de un hachazo furibundo al pobre Paniagua.
Promediado el siglo XIX dejó atrás su condición de pulpería para transformarse en almacén de “ramos generales”. En el albor del 1900 ya era almacén y bar, y desde entonces es uno de los boliches tradicionales de la Ciudad Vieja fundacional, ubicado en el cruce de las calles Buenos Aires y Maciel, en una zona conocida como Guruyú. En su mostrador de estaño se reunían criollos, italianos, árabes, judíos sefardíes, armenios, turcos, descendientes de africanos y otros inmigrantes; con una naturalidad que marcó su perfil cosmopolita.
Almacén Del Hacha, c. 1895,
año de fundación del Fun Fun.
(Centro de Fotografía de Montevideo)
El gallego José Pérez González llegó a Montevideo una mañana de 1953. Ese mismo día se empleó como dependiente en el Bar Del Hacha; fue su propietario y memoria viva, desde 1960 hasta 2000. Solía recordar que allí, una tarde de invierno, el poeta "Tito" Cabano escribió una letra de tango que recorrió el mundo. Le llamó Un boliche y empezaba así: “Un boliche como hay tantos, una mesa como hay muchas”.
Luego de un cierre momentáneo, el histórico comercio resurgió en 2004, de la mano de Avelino "Pichu" Carballo, un hijo de coruñeses, verdadero gestor cultural adecuado a los nuevos tiempos. Con el aura que le ha dado justa fama, manteniendo el espíritu y la tradición, el antiguo boliche lo transformó en un restorán y un ámbito para el tango y la música popular.
El viernes 17 de mayo de 2013 fue reabierto una vez más, por iniciativa de Lucía Berretta, Gabriela Pérez e Ismael Nan, ahora como centro cultural con impronta tanguera y de música popular. El boliche bicentenario también es restaurante y espacio plástico y audiovisual. Sus mesas fueron intervenidas por la creatividad de once artistas: Cecilia Vignolo, Santiago Tavella, Dani Umpi, Rosario Pacha Albertini, Fabián Mendoza, Yudi Yudoyoko, Elian Stolarsky, Diego Focaccio, Mauricio Pizzard, Fernando Corbo, Vicky Barranguet. A pesar de los siglos, los cambios y la modernidad siempre será El ”Viejo” Hacha.
Las crónicas de época cuentan que el avieso Gambini fue detenido y deportado a Montevideo. Arribó engrillado, para su juicio sumario. Fue ahorcado pocos días después ante la indignada presencia de Vázquez, el noble gallego que atravesó el hacha homicida en una de las ventanas de su almacén. Nadie se animó a quitarla de allí, hasta muchos años después de su muerte.

El Hacha es una celebridad mayor de la cultura popular uruguaya que mereció la edición de un sello postal propio y la declaración como Monumento Histórico Nacional. Pero el aura patrimonial no lo protegió contra las intermitencias comerciales. En 2015 el glorioso bar cerró una vez más, a la espera de nuevos emprendedores.


¿Fun... funcionará en el Barrio de las Artes?
(Intendencia de Montevideo).
Baar Fun Fun, el “estaño” de Gardel
Fue fundado el 12 de diciembre de 1895, en la pieza Nº 133 del Mercado Central. Allí el gallego Augusto López fabricaba y servía sus bebidas emblemáticas: Uvita, Pegulo y Miguelito. Los parroquianos se sentaban en cajones, para compartir un espacio de encuentro que convocaba por igual a todas las clases sociales, de todos los barrios, de todo el país, de todo el mundo. A fines de 2014 se mudó a su nueva dirección, Soriano y Convención, en el céntrico Barrio de las Artes.
Muy poco queda de la Ciudad Vieja de fines del siglo XIX, aquel barrio finisecular, de vías empedradas que bajaban hasta el Río de la Plata. A pocas cuadras del mar, detrás del Teatro Solís, estaba el antiguo Mercado Central, donde se comerciaban frutas, verduras, carnes, embutidos y pescados. Una zona que el gallego Augusto López conocía de palmo a palmo, porque allí había construido su hogar. Aunque su trabajo oficial era el de marino, a diario recorría las calles de la Aduana con su carrito ambulante, ofreciendo bebidas espirituosas: caña, grappa, espinillar, anís y sus dos invenciones, la Uvita y el Pegulo.
Augusto López y parroquianos a principios del siglo XX.
(Archivo Fun Fun)
Augusto era querido y respetado por todos sus clientes: los del “Bajo” y los “vecinos respetables” más cercanos al Centro. Fueron ellos, y también sus compañeros portuarios, quienes lo convencieron de que abriera un boliche donde disfrutar los dos brebajes realizados con fórmulas que aún permanecen protegidas por un misterio cautivante.
Por el Baar Fun Fun del gallego López pasaron, en distintas épocas: Carlos Gardel, José Batlle y Ordoñez, Pedro Figari, Julio Herrera y Reissig, Eduardo Acevedo Díaz, Javier de Viana, Carlos Reyles, Atilio García, Isabelino Gradín, Julio E. Suárez Peloduro, Carlos Solé, Paco Espinola, Serafín J. García y su amigo Jorge Amado, Julio Sosa, Aníbal Troilo, Astor Piazzola, Osvaldo Pugliese, Juan D´Arienzo, Evaristo Carriego, Horacio Guaraní, entre tantos. Entre las visitas más recientes se pudo ver a Danny Glover, Michelle Bachelette, Fito Paez, Dyango, Bryan Adams, Julio Bocca, y a todos los artistas uruguayos que como homenaje a la cultura y a la historia del país suelen pedir permiso para interpretar un tema acompañados por los músicos del boliche.
Uvita pronta para salir del exhibidor.
(Archivo Fun Fun)
Uvita, Pegulo, Miguelito. Son los tres tragos más célebres de Augusto López. La Uvita mantiene toda su vigencia como mezcla de vinos añejados, oporto, garnacha, más azúcar y el secreto de la casa que lo lleva a 22 de graduación alcohólica. El Pegulo no perduró, porque se preparaba con grafión una fruta similar a la cereza que dejó de conseguirse en el país e importarla era demasiado costoso. El Miguelito, también desaparecido, era una bebida corta y suave para el consumo de los niños que acompañaban a sus padres.
La bebida de Gardel. Así le llaman muchos clientes a la Uvita, en honor a un momento sublime del Fun Fun y su sabor emblemático. Cuentan que El Mago fue admirador incondicional de Augusto López, desde la primera vez que probó su creación. Hasta le dedicó un tango cantado a cappella, acodado en el mostrador. Una fotografía que se exhibe en el Baar dice: “Al campeón del Pegulo y de la Uvita, sinceramente, Carlos Gardel 1933.”
“Al campeón del Pegulo y de la Uvita,
sinceramente, Carlos Gardel 1933”,
dice la foto dedicada al gallego Augusto López.
(Archivo 
Baar Fun Fun)
¿Fun… fun...cionará?. Mi bisabuelo abrió el boliche por la insistencia de clientes y amigos que deseaban tomar copas a toda hora. Pero al principio sintió temor por el riesgo de tamaño emprendimiento. Era tartamudo, y cuando se ponía nervioso peor todavía. Cada vez que alguien se lo reclamaba, respondía lo mismo ¿Fun… fun...cionará? De tanto repetirlo, quedó el nombre Fun Fun.”
Gonzalo Acosta López, propietario del Baar Fun Fun (Boliches, El Corazón del barrio, Canal 10).
En el Barrio de las Artes. En 2014 el Fun Fun se mudó a otro edificio histórico de la ciudad, la antiga casa de la familia Caprario, Soriano 922, a metros de la calle Convención, en el céntrico Barrio de las Artes. Por un acuerdo con el Club Nacional de Football, el bar que evoca al gallego Augusto López permanecerá tres años en la planta baja del edificio donde fue fundado el decano del fútbol uruguayo y primer club criollo de América, el 14 de mayo de 1899. Allí funcionará mientras duren las obras de remodelación del Mercado Central, a donde regresará en 2017.



Tasende, entre la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva
El 1 de mayo de 1931, en la esquina de Ciudadela 1300 y San José abría sus puertas el bar Tasende. Era otro Montevideo, otra la zona y otros los hombres en su vocación de trabajo y sacrificio. Jesús Tasende, un gallego que trabajó días y noches para ahorrar el dinero que le permitiría cumplir un sueño: tener un negocio propio a media cuadra de la Plaza Independencia, una de las más concurridas de la ciudad porque era el pasaje de gente entre la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva. Entorno cafetero por excelencia, varios negocios del ramo se congregaban alrededor de la plaza, los más recordados, el Británico, el Tupí (viejo), el Monterrey, el Armonía, el Palace, Las Cuartetas y el Independencia, cada cual en su estilo y su clientela. El movimiento se incrementaba de noche, a la salida del Teatros Solís y la Sala Verdi, equidistantes del Tasende, con un río de personas que circulaba por la calle San José, la arteria de los cines y confiterías por la tarde y de los cabarets y antros nocturnos. 
Mesas del Tasende con el Quijote de Adela Neffa.
Jesús Tasende inmigrante percibió también que su negocio ocupaba una ubicación estratégica, muy cercana al Palacio Estévez. Lo inuguró en la planta de una vieja casona del siglo XIX que todavía conserva columnas de hierro, techo de bovedilla y bistrós adornando la parte superior de los ventanales.
Es el sitio ideal para contemplar vestigios de la historia uruguaya, algunas de sus mesas y sillas de mármol color vino tinto, pertenecieron al Tupí Nambá, célebre café donde se reunía la intelectualidad de la ciudad. Llama la atención una curiosa estatua de Venus y otra escultura metálica representando a Don Quijote, hecho de tuercas, tonillos y otras piezas, obra de la artista uruguaya Adela Neffa. Esta combinación de pocos adornos y paredes altas transmite clama y tranquilidad de otro tiempo.
En sus comienzos el bar ofrecía cocina francesa, española, parrilla, spiedo y tenía hasta confitería, permanecía abierto las 24 horas del día los 365 día del año. Se hacían repartos de platos a domicilio en viandas de hasta dos pisos de alto, llevando las exquisiteces del Tasende al hogar o trabajo. El servicio cambió en la década de 1950, cuando José Luis, hijo del fundador definió que la especialidad de la casa sería la pizza al tacho, receta única en Montevideo de muzzarella sin salsa elaborada en el momento sólo con queso, un honor que comparte con el fainá de orillo, extremadamente fino y crocante como pocos.
Pese a las crisis sucesivas, el comercio aún es visitado por un público intelectual, gente de teatro, políticos, escritores, pero ya con una merma muy importante de afluencia y un horario acotado entre semana hasta la una de la mañana y los viernes y sábados hasta las dos. Es punto de encuentro de personas que debaten sobre política y temas de actualidad en un foro virtual de Montevideo Com. Luego de un tiempo ellos abandonan el anonimato de detrás de la máquina y se reúnen a continuar las tertulias en las mesas tasandinas. "Cada día recibimos a ministros y funcionario de la Torre Ejecutiva a quienes les agrada el ambiente del bar, aquí conversan sobre temas de interés nacional en un entorno más informal y sin distracciones", afirma Martín Tasende, nieto del fundador, tercera generación de emprendedores. En la entrada luce luce una placa que lo distingue como “Comercio destacado, local seleccionado por su valor testimonial” por iniciativa de la Intendencia de Montevideo y el Ministerio de Turismo. 

Sportman, El bar de los estudiantes
Hace más de doce décadas que persiste en su encantadora costumbre de cobijar los sueños de miles de jóvenes que pasan los mejores años de su vida entre el preuniversitario Alfredo Vázquez Acevedo y la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, ubicada exactamente enfrente, cruzando la céntrica avenida 18 de  Julio, y también a los que cursan en las cercanas facultades de Psicología, Humanidades y Letras, y Ciencias Sociales.
Manuel Martínez Gregorio y
su hijo en el Nuevo Sportman.

(Ignacio Naón, 2009)
Los estudiantes de los institutos que lo rodean le llamaban “el bar de los nervios” debido a que en sus mesas se hacían los últimos repasos para un examen, se iniciaba un amor, o porque era el refugio ante la represión policial de los difíciles años sesenta y setenta, y antes aún, a fines de los cincuenta, cuando en su entorno se desataban gigantescas manifestaciones por la Ley Orgánica que dio autonomía a la estatal Universidad de la República.
Fundado en 1892, desaparecido el edificio que lo alojó en sus primeros 87 años de vida, el Sportman continúa defendiendo su esquina, de 18' y Tristán Narvaja. como uno de los cafés más antiguos de la ciudad. Algunos memoriosos cuentan que en la década de 1900 se le llamaba Bar Universitario. El edificio original fue demolido en 1979, y aunque permanecieron los dueños y los parroquianos, el escenario ya no fue el mismo.
Desde 1964 su propietario es Manuel Martínez Gregorio, pontevedrés del ayuntamiento de Creciente, acompañado por su amigo Diego Boccardi, y los hijos de ambos. Espontáneo, amable, nostálgico, el empresario gallego guarda con hondo sentimiento la camiseta del “Gran Sportman Lawyer Fútbol Club”, un inolvidable equipo aficionado que defendieron cientos de jóvenes, y no tan jóvenes, muchos de ellos, notorios personajes de la vida pública uruguaya. Tan popular era el equipo que vestía los colores de Artigas, azul, blanco y rojo, que sus seguidores se contaban por miles, en cada partido disputado, casi siempre, los domingos de mañana, muy temprano.
Por sus mesas pasaron notorios docentes universitarios de todos los tiempos, y notables intelectuales: los historiadores Washington Reyes Abadie y José Claudio Williman, el director teatral Juan Carlos Patrón, los periodistas Luis Hierro Gambardella, Maneco Flores Mora, entre tantos. Allí recalaba el genial escritor Felisberto Hernández, y bastante seguido el ilustrísimo Jorge Luis Borges, infaltable cuando venía a Montevideo. También lo frecuentaba el presidente brasileño Lula da Silva, cuando todavía era un candidato en campaña, que prometió volver si ganaba la elección. Manolo Martínez, le sigue guardando su mesa.

Expreso Pocitos, un emblema en El Mástil
Es un patrimonio cultural del barrio costero de Pocitos, de Montevideo y de todo el Uruguay. Desde hace casi un siglo es el más famoso vecino de la tradicional esquina de avenida Brasil y Juan Benito Blanco. El Expreso abrió sus puertas el 10 de enero de 1910, en un local ubicado enfrente a donde está actualmente. Su primer propietario, el aragonés Edelmiro Costa, le llamó así por el cartel de “Expreso” que colocaban los tranvías a su llegada a la recordada Estación Pocitos, una antigua terminal de transporte colectivo, cercana al comercio.
Manuel Ramos y su hijo
 en el Expreso Pocitos.

(Ignacio Naón, 2009)
En sus casi cien años hubo un momento decisivo, cuando a mediados de la década de 1930, el bar cruzó la calle para quedarse definitivamente en la planta baja del emblemático edificio El Mástil, diseñado en estilo Art Decó de perfil náutico, por los arquitectos Gonzalo Vázquez Barriere y Rafael Ruano. Una obra que cambió la fisonomía del barrio y de la costa montevideana, hasta ese momento de casas bajas y mansiones de veraneo de escala doméstica. El Expreso asumió el desafío de ingresar a la modernidad y al igual que “su” Mástil fue consolidando su imagen como signo de  la ciudad, hasta ser designados en conjunto: Patrimonio Histórico Nacional.
El notable bar, en diez décadas de existencia, solamente tuvo tres propietarios: Costa se lo vendió a los hermanos Carrera, y desde 1974 está en manos del coruñés Manuel Ramos, nativo de Arzúa, arribado a Montevideo en 1962, con tan sólo 19 años. Ramos es un activo dirigente empresario, social y deportivo, presidente de Casa de Galicia, la mayor institución gallega del mundo.  
Por sus mesas pasaron todos los presidentes uruguayos del siglo pasado, desde el mitológico José Batlle y Ordóñez, hasta su su sobrino nieto Jorge Batlle Ibáñez, además de autoridades nacionales y municipales, diplomáticos, artistas y los más famosos deportistas. “El Expreso es un lugar de encuentro y de referencia. Toda la vida vinieron políticos e inclusive a algunos piden el anexo para reuniones. No tenemos preferencia, somos realmente laicos, no me importa de que partido político sean, o si son de Peñarol o Nacional. Tratamos por igual a los famosos y a la gente común”, afirma Ramos.
Sus clientes son incondicionales de un espacio que asumen como propio. Allí son diarias, y a toda hora, las continuas reuniones sociales y políticas, mientras las ruedas de “veteranos” le aportan al histórico comercio una vida muy similar a las mejores épocas del Uruguay de las “vacas gordas”.

Te veré, Tabaré
Fachada del Bar Tabaré.
La portada de la prestigiosa revista Newsweek, del 30 de octubre de 1995, resume el asombro de cronistas que recorren el planeta, ávidos de sitios cautivantes. Para ellos, el antiguo boliche montevideano es de los diez mejores de las Américas y de los cien más recomendables del mundo. “Tiene una atmósfera única para los habitué informales, con las facilidades de un gran bar tradicional”, según descripción que repicó en las páginas de otros gigantes globales de la prensa: Le Monde, Times, The New York Times, El País de Madrid, La Nación.
Fundado en 1919, como un almacén y bar de pescadores, en el corazón del bucólico barrio de Punta Carretas, su más recordado propietario fue el pontevedrés Eladio Rial, que pasó allí una larga vida.  Al principio era visitado por personajes tan diversos como el escritor Carlos Roxlo, el escultor José Luis Zorrilla de San Martín y la poetisa Juana de Ibarbourou. Carlos Gardel, y su amigo y letrista oriental, Francisco Razzano, más de una vez se acodaron, deslumbrados, en su exquisito mostrador Art Decó. Era el sitio de reunión de los campeones de Maracaná: Roque Máspoli, Obdulio Varela, José Pepe Schiaffino, los más frecuentes. Su roble inspiró al gran Alfredo Zitarrosa, y aún seduce a Caetano Veloso, Milton Nascimento, Joan Manuel Serrat, Jaime Roos, Fito Paez, Charly García, Jorge Drexler, entre tantas celebridades de la cultura y el espectáculo.
Un espacio del arte y la memoria a pocos
metros de la rambla de Punta Carretas.

(Ignacio Naón, 2009)
Miles de turistas pasan cada año por el comercio ubicado a metros del Río de la Plata. El único del país recomendado por la Guía Michelín,  que se conmueve con un título glorioso: Patrimonio Histórico Nacional. “Bar Tabaré está comprometido con la democratización de la cultura iberoamericana”, afirman los emprendedores que siguen la huella de los fundadores gallegos.

Giraldita, cuando la gloria es efímera
“Sic transit gloria mundi.” Así proclama un banderín colgado entre los estantes y las botellas del centenario boliche, donde el reloj parece haber quedado detenido. Es un espacio único, que mantiene intacto un mobiliario histórico que cuenta anécdotas entrañables. Mostradores, vitrinas, mesas y sillas, paredes revestidas de afiches, fotos y dibujos, evocan a los parroquianos que durante décadas por allí recalaron, y a quienes aún se dan cita en charlas animadas. 
La Giraldita conserva su diseño
original de bar y almacén.

(Ignacio Naón, 2009)

La Giraldita es un destacado exponente de los almacenes y bares que proliferaron en Montevideo, en las primeras décadas del siglo pasado, que aún hoy mantiene su funcionamiento y equipamiento original. Sus empleados visten religiosamente de negro. Se mueven detrás del mostrador, tan amables como ágiles. Ellos aparecen y desaparecen, como por arte de magia, entre dos ambientes contiguos: el almacén y el bar .
En un día normal de trabajo suelen servir a un par de clientes en saco corbata: una copa de jerez y un vaso de whisky, con su picada de queso, fiambre y aceitunas. Acto seguido cruzan el umbral de un mundo paralelo, para despachar tallarines, salsa de tomates, cebolla y morrón, y hasta un buen pedazo de queso parmesano, que alegre cocinará una vecina en su casa.
El comercio fue fundado a principios de la década del 1900, por los hermanos José y Antonio Carreiras, en la misma esquina donde permanece con toda su vigencia: Juan Benito Lamas 2745, casi Enrique Muñoz, en el barrio Pocitos. Ahora es atendido por su actuales dueños: el orensano Francisco Paco Salgado y el lucense José González, vecinos de la Ribera Sacra.
El bar está dominado por un ambiente que emana creatividad artística. Un óleo de Miguel Villalba Quinteros describe una extraña visión de su frente, y otra obra, de un presunto alumno de Joaquín Torres García, introduce motivos geométricos: mostradores, mesas, copas,  picadas.
La fama de La Giraldita ha trascendido fronteras. Por allí pasaron, entre otros personajes hispanos, el rey Juan Carlos, y Manuel Fraga Iribarne cuando era presidente de la Xunta de Galicia. Cuentan que también se pararon, sorprendidos, frente al famoso banderín del mostrador. Porque allí está escrita una idea muy profunda, que roza cada momento de sus vidas. La gloria del mundo es efímera. 


Tango en el Facal, 2014.
Bar Facal, tradición en el centro del Centro
Inaugurado en 1882 por el gallego Manuel Facal y sus hermanos es el más antiguo de la zona del Centro  y un referente gastronómico y turístico, uUbicado en la esquina noroeste de 18 de Julio y Yí. Con su icónica fuente de piedra volcánica instalada en 2005, el bar atrae a turistas y parroquianos locales con su romántica leyenda que asegura el amor eterno para aquellas parejas que amarren un candado a su reja y pierdan la llave. De cumplirse la leyenda, las parejas regresarán al bar y a su fuente, el punto más fotografiado del Centro.
Decorado en un estilo clásico, Facal es un típico bar montevideano con su estética siempre cuidada y embarcado actualmente en una renovación de fachada y de las comunicaciones exteriores, pero siempre manteniendo el estilo original. Se extiende hacia la vereda aprovechando el proyecto de ensanchamiento de la IMM, que les permitió instalar una zona de deck, toda una novedad en su momento, primero sobre la calle Yí y luego sobre 18 de Julio, donde se ubican los espacios techados con mesas.
Una particularidad que distingue a Facal de otros bares es el kiosco ubicado en la esquina, donde se expenden helados durante los meses calurosos y los deliciosos churros de la casa en los meses fríos, para que quienes no tienen tiempo de sentarse a disfrutar de una sabrosa pausa, puedan hacerlo al paso.
La fuente del Facal, repleta de candados
La familia del actual propietario, Federico Celsi, en 1882 adquirió la tradicional esquina para instalar una fábrica de chocolates y dulce de membrillo. El local se arrendó en la década de 1940 y el bar se inauguró como “El Facal” hace 70 años, retornando a la familia propietaria del lugar hace 30 años.
Facal se precia de ofrecer algunas exclusividades en su menú, como los chivitos de lomo, las pizzetas preparadas en el momento en su horno de leña, con tomates perita italianos, una verdadera delicia. Para la hora del té, sus exclusivos waffles belgas constituyen una tentación difícil de rehusar. Los paladares más tradicionales podrán apaciguar la nostalgia con el incomparable chocolate con churros, único en Montevideo. El plato más solicitado continúa siendo el sándwich caliente y en Facal se prepara con la misma dedicación que los platos exclusivos, con dos tipos de queso y abundante manteca.
Monumento a Ghiggia inaugurado en 2016.
La cafetería merece una mención especial, con sus capuccinos, cortados y expresos. Alrededor de estos sabores se promueven iniciativas solidarias:el “Café Pendiente” que se ofrece desde abril de 2013, convoca a los clientes pueden dejar un café pago para alguien que no pueda comprarlo. El “Café Solidario”, que lleva cuatro ediciones y que se realiza en conjunto con otros establecimientos del Centro y Ciudad Vieja, donde todo lo recaudado en ese día por la venta de cafés se destina al Hospital Maciel.
Muchas las razones han convertido a Facal en un ícono de la gastronomía montevideana y en un lugar de referencia para turistas que llegan buscando conocer un bar tradicional que les ofrece platos típicos uruguayos, la cocina de excelencia y un ambiente acogedor. Sin olvidarnos de los shows de baile de tango que se ofrecen todos los mediodías de lunes a sábados, donde los comensales pueden disfrutar de forma gratuita de un espectáculo tanguero de gran nivel, exponente de las mejores tradiciones culturales uruguayas.


Montevideo Sur, historias por contar
Jesús Rodríguez y Leonor Carballo, coruñeses, de Coristanco, comparten una intenso amor que les trajo al Uruguay para cumplir un sueño de progreso y libertad. El joven llegó solo a Montevideo, a principios de 1952, en busca de un trabajo que le permitiera formar su familia. Ella se quedó en la aldea, esperando, pero el tiempo pasaba y ella deseaba casarse. Cinco años después, tomó una decisión que sorprendería a todos. -Me voy a Montevideo a buscar a mi novio –anunció a su padre, a punto de cumplir la mayoría de edad. Dicho y hecho. A las pocas semanas se embarcaba en Vigo, en el recordado transatlántico Monte Udala, que la trajo a tierras uruguayas.
Jesús Rodríguez y Leonor Carballo,
propietarios del Montevideo Sur.

(Ignacio Naón, 2009)
Una crónica íntima que se reproduce con toda su sensibilidad, en las viejas fotos del bar Montevideo Sur, dueño y señor de un barrio histórico. El emblemático Barrio Sur, a la altura de las calles Paraguay y Maldonado, es un espacio de encuentros y reencuentros.
Los memoriosos insisten en que el almacén data de 1930, pero fue con Leonor y Jesús, que adquirió su dimensión actual. Es un espacio libre de marquesinas, casi sin referencias exteriores, con un interior apasionante. Así el comercio y el buen edificio, de sobrias referencias Art Decó, dan ejemplo de convivencia armoniosa. El tiempo ha ido pasando en el exterior del edificio y en la apariencia de sus dueños, pero no para el espíritu ambos, ni para el escenario donde se mueven. Como el amor que los une, el territorio es preservado con esmero y tenacidad. Tantas veces les fue ofrecida una fortuna, con fines de aparente progreso. Tantas veces les ofrecieron nuevo equipamiento, a cambio de las viejas instalaciones. Siempre con la misma respuesta: los bienes de nuestra vida, no se venden.
Desde la puerta de la calle Paraguay se divisa el tradicional mostrador de mármol, las vitrinas botelleras, las mesas y las sillas vienesas que dialogan de mil amores con el ancho zócalo de mayólica. Dos objetos reinan entrañables en ese ambiente: el antiguo grifo de agua, en mármol y broce, y la vasera de tres niveles, donde las copas han descansado miles de veces, acariciadas siempre con delicadeza.
Su espacio interior es considerado un patrimonio inmaterial irrepetible. Suele ser utilizado en producciones cinematográficas, nacionales y extranjeras, por expresar, como pocos, la personalidad de los boliches de antaño. Muchas películas se han filmado allí. Y todavía falta contar una historia romántica que el barrio admira: el amor eterno de Leonor y Jesús.

Café y Bar Rey, el fiel de la balanza
El cruce de las calles Daniel Muñoz y Joaquín Requena, es el corazón del histórico Cordón. Allí está el Bar Rey, uno de los rincones imperdibles de la ciudad, con su peculiar mostrador de mármoles de Carrara, baldosas gastadas, dos heladeras de roble de ocho puertas, y sus estanterías de cuidado diseño que desde siempre atesoran botellas polvorientas de grappa, de la emblemática marca nacional Ancap.
José Bouzón en la puerta
del Bar Rey,  referencia
del barrio del Cordón.
(Ignacio Naón, 2009)
El pontevedrés José Bouzón, se vanagloria de vender los mejores fiambres del barrio y sus alrededores. Una mercadería selecta, que corta con una filosa máquina manual, y que pesa con una balanza Dayton, que llama la atención por su enorme aguja, de precisión milimétrica. Coleccionistas, uruguayos y extranjeros, han intentado comprarle ambas herramientas que datan de la década de 1930... sin éxito. Le han ofrecido mucho dinero, pero, puede más el testarudo amor de Bouzón, por esos bienes de hondo valor patrimonial y sentimental.
Hasta mediados del siglo pasado, Montevideo se daba el pequeño lujo de tener muchos bares Rey, en cualquier esquina, sin que nadie se asombrara. Eran espacios colectivos de absoluta presencia masculina, solo quebrada por la esforzada permanencia de la esposa del propietario. Así es la vida de Agustina Rey de Bouzón, nacida en el municipio de Pontecesures, a metros del milenario puente romano del río Ulla. Ella comparte con su marido un comercio que heredó de su padre, Milauro Rey.
Entre los parroquianos más recordados, la memoria colectiva registra con nitidez al escritor, periodista y político Manuel Maneco Flores Mora, al argentino Horacio Guaraní, cada vez que cruza el Río de la Plata, a José El Sabalero Carbajal, a José Pepe Guerra y Braulio López, voces del legendario dúo Los Olimareños, al popular cantor Washington Canario Luna, a la  deslumbrante vedette carnavalera Rosa Luna. El Bar Rey celebra, cada mañana, una visita entrañable y erudita. Allí se toma un cafecito el historiador Aníbal Barrios Pintos, cronista de los barrios montevideanos, de villas y pueblos orientales, tantas y tantos, fundados por gallegos.

El Volcán, todos los días, toda la vida
El coruñés Manuel Ribeiro, dedicado hijo de Lavaña, tiene un récord difícil de igualar. Hace más de medio siglo que cada mañana, muy temprano, abre su negocio, sin haber faltado un solo día. “Es mi vida, mi felicidad, que comparto con mi esposa, que ha faltado alguna vez, pero se le perdona: fue para parir a nuestros hijos”, aclara risueño.
Manuel Ribeiro y Daría Vilariño
dentro de  su "Volcán".
(Ignacio Naón, 2009)
El Volcán está ubicado en avenida Italia y Santander, en el barrio Malvín, una bulliciosa zona de tránsito hacia las famosas playas del Río de la Plata y el Atlántico, la más célebre Punta del Este, un sitio que Ribeiro no conoce porque prefirió quedarse a trabajar. Es el centro de un espacio de quintas perales y carpas gitanas, que fuera parada de camioneros, vendedores de hielo y contrabandistas que venían desde Brasil.
El laborioso gallego presume que su bar, abierto en 1947, se llama así por la inolvidable erupción del volcán Villarrica, en los Andes chilenos, que envió su ceniza a Uruguay; tanta, que la gente la recogía del piso para utilizarla como pulidor.
Tras su bautismo de polvos y piedras, por el comercio pasaron cuatro propietarios. El primero fue el compostelano Francisco Pazos, que lo inauguró, hasta el presente continuo de Ribeiro, que lo adquirió en 1957, luego de haber sido un empleado de confianza. Desde entonces comparte su esfuerzo con Daría Vilariño, también de coruñesa, de Santa Comba. Ellos le imprimen al negocio un carácter familiar, de serena cordialidad.
Ribeiro es un trabajador empedernido, pero también un amante de la pandereta, el dulce instrumento que aprendió a tocar en su aldea. A su manera, es un gestor cultural, que organiza veladas musicales, siempre, sin desatender el negocio. También fundó un equipo de fútbol, al que solo fue a ver alguna vez.. El Club Social y Deportivo El Volcán contaba con apoyo económico del bar, pero era dirigido por los parroquianos, que le consiguieron personería jurídica y una infaltable camiseta gris, alusiva a las históricas cenizas del Villarrica.
“El Volcán es un ejemplo tardío de un tipo de construcción que tuvo gran difusión en los treinta y los cuarenta: una edificio en padrón esquina que alberga un conjunto de almacén y bar, más la vivienda de los dueños y una construcción anexa. Sobreviviente de esos tiempos, el comercio ha debido enfrentar el desafío de profundos cambios en su entorno y ha tratado de adaptarse si renegar de una herencia que es justo motivo de orgullo para los Ribero y para el barrio Malvín”, explica el arquitecto Nery González, investigador del patrimonio comercial montevideano.

 
Roberto Mallón en su lugar en el mundo: el Arocena.
Arocena, un sabor religioso
El 1 de agosto de 1974 los gallegos Roberto Mallón y Jesús Boquete Moya compraron un pequeño boliche de Carrasco, cuando era un rincón de muchas copas y pocas minutas. “No hay oficio que no se aprenda. Cuando nos instalamos con mi socio, no sabía hacer chivitos, me enseñó un planchero, Marcos Medina, que trabajaba con los dueños anteriores”, evoca Mallón, coruñés de Carballo, desde su lugar en el mundo: el mostrador.
Desde aquel primero, hasta el que preparó hoy, siempre utiliza los mismos ingredientes: jamón, muzzarella, morrón, panceta, lechuga, tomate, mayonesa, huevo duro, con un pan tortuga. “Si nos piden lo hacemos al plato, con papa fritas, arvejas, rusa, pero sólo chivitos de lomo, de ninguna otra carne, ni de vaca, ni de pollo, ni de cerdo, ni de pescado. Si no es con lomo, no lo hago, no me interesa”, exhorta.
El Arocena es el bar más antiguo del barrio, abierto en 1923, dos años después que el Hotel Casino Carrasco. “Hice de todo en la vida, fui seminarista, estudiante de cura y monaguillo en la Catedral de Santiago de Compostela, pero lo que más me gusta es cocinar y servir lo que hago. Nuestros chivitos tienen ese gusto distinto, porque los hacemos con las manos y el alma. En 40 años siempre hice la misma receta, nunca la cambié, ni la voy a cambiar tampoco.”
Para los jóvenes el Arocena es una costumbre de fin de semana a la noche, pasan antes del baile, comen un chivito, y vuelven al amanecer, para comerse otro cuando se van a dormir. “Aquí adentro somos todos iguales, el más rico y el más pobre, el estanciero y el cuidacoches. A nadie se le niega la entrada, y sólo se lo echa si se porta mal, algo que pasó muy pocas veces. Somos una familia y yo soy el padre de todos, los cuido y pongo las reglas para que todos pasemos bien”, acota Mallón.
El arte  de perdurar en Carrasco.
Chivitos al vuelo. Nos sorprende la gente que viene al Arocena, viajeros de los países más cercano y más lejanos. Salimos en revistas de turismo de Argentina, Brasil, Chile, España, Estados Unidos. Hace poco vino una pareja de argentinos que leyó un artículo del bar en la revista del avión. Se bajaron en Carrasco, pasaron a comer un chivito y siguieron vuelo. Los famosos argentinos pasan a cada rato. Tinelli, si anda cerca, seguro que viene, porque una vez le dijeron que aquí se hacen los mejores chivitos del Uruguay, y por lo visto no lo defraudamos, porque vuelve”, afirma el coruñés Roberto Mallón.
Un lugar en el mundo. El Arocena es nuestro lugar en el mundo, el día que cierre no sé qué vamos a hacer. Es un reencuentro diario con amigos, con la historias del barrio. Su chivito es único, el mismo hace cuarenta años, Jesús y Roberto lo hacen de la misma forma: carne de lomo, y aderezados además con lechuga, tomate, huevo, morrón, jamón, muzzarella, panceta, presentado todo este relleno en un pan de tortuga. ¡El mejor!”
Adolfo Sayago, artista plástico

Su Bar, otra música en el barrio Palermo
Nació en la década de 1940, cuando el pontevedrés Ruben Fernández, abrió un típico almacén con la vivienda en el piso de arriba y un gran balcón con baranda que recorría toda la fachada. Hace muchísimos años que habita la esquina de las calles Maldonado y Jackson, y fue por mucho tiempo un ejemplo del típico bar de copas. Desde allí los parroquianos veían encender el fuego que templaba las lonjas de los tamboriles, porque en el barrio Palermo el candombe es una necesidad vital.
Pepe Pita, propietario de Su Bar,
con su inolvidable amigo, el actor
compostelano Andrés Pazos.
(Foto Ignacio Naón, 2008)
Recién fue Su Bar en la década de 1990, cuando José Pepe Pita y su esposa Lucy Labandera, lo transformaron en un sitio austero y amablemente iluminado. Su fachada y su interior se han renovado, con ventanales, lambriz y cielorraso de madera. Uno puede dar cuenta, en un sencillo y límpido clima, de un buen café o cortado, acompañado con toda clase de pastelitos y tartas caseras, que varían según el día y la inspiración de la sabia Lucy.
En su mostrador se han escuchado todo tipo de conversaciones, que traducen la filosofía cotidiana:
-¿Qué era el Uruguay antes de ser una república?
A lo que el interrogado contestaba: -¡Pues, una republiqueta!
Su Bar es un espacio acogedor pare reuniones de media tarde. El gran actor compostelano Andrés Pazos sigue siendo, aún a la distancia, de vuelta en su ciudad natal, un habitué inmaterial. Jamás podrá olvidar las mesa compartida con Juan Pablo Rebella, su director en la memorable película Whisky, la más laureada de la historia del cine uruguayo.
Pero la mejor anécdota de su ambiente fraterno e intelectual, fue narrada por Mario Delgado Aparaín, en el libro Boliches Montevideanos. Cuenta que el escritor y actor Julio César Castro, Juceca, solía  tomarse allí un cafecito; a veces anotaba y otras veces leía. Una tarde un parroquiano que lo miraba con atención; no pudo con la curiosidad y le preguntó:
-Perdone amigo... ¿Qué lee?
-¿Quién?
-Usted. Ese libro
-La balsa de piedra, de Saramago.
-Una balsa de piedra se hunde.
-No sé. Voy por la mitad.

Unibar, una cuna del rock nacional
Cálido, discreto, tranquilo. El amable bar y restorán está a apunto de cumplir medio siglo, como espacio de diálogo fraterno entre docentes, funcionarios y estudiantes de la Facultad de  Derecho de la estatal Universidad de la República, y del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, el primer preunivesitario del país.
Sergio Terrazo, un gestor
cultural en el Unibar de
Eduardo Acevedo y  Guayabo.
(Ignacio Naón, 2009)
Su historia comenzó en 1962, cuando el orensano Sergio Terrazo adquirió un oscuro boliche de “vino y refuerzos”, por entonces conocido como El Universitario. Su historia personal merece ser conocida. En Galicia fue artesano, ebanista y republicano trashumante. Estuvo exiliado en Portugal, Francia y Brasil, antes de quedarse en Montevideo agradecido por el trato a los desterrados del franquismo. En la década de 1950 fue fabricante de plumeros artesanales, que él mismo vendía puerta a puerta, mientras soñaba con su café intelectual.
Unibar está ubicado en la calle Eduardo Acevedo, esquina Guayabo, en el barrio del Cordón. Terrazo lo decoró de acuerdo a su sensibilidad: con viejos carteles publicitarios, de notable vigencia artística, jarras de cerveza y objetos de indudable valor patrimonial. Sus ventanas a la calle iluminan las mesas de madera y mármol, sillas vienesas y un mostrador ecléctico típico de la década de 1960. Un atractivo espejo en forma de faja ancha, que cubre todo el perímetro del salón, crea un ambiente especial: en las mañanas por el reflejo del sol, en las noches por las luces de la ciudad. Allí se refugian profesores madrugadores, que toman un café con leche con media lunas, mientras corrigen escritos, tanto como alumnos del nocturno, que a última hora se citan para beber una cerveza sin tiempo.
Una historia que conmueve es la de Erlindo Coco Herrera, mozo del bar por más de treinta y cinco años, homenajeado por los clientes con la edición de un libro biográfico que cuenta anécdotas entrañables del más conocido personaje del Unibar. La obra es una narración colectiva, en la que intervienen decenas de clientes: El Coco de blanco y negro, Editorial Latina, 1995. Herrera falleció recientemente, en un episodio que sembró de tristeza a sus amigos.
“Casi en la frontera del minibar, su espacio ha sido utilizado con escrupulosa minuciosidad, como si se tratara de equipar la estrecha cabina de un barco, pero, el protagonismo, de día o de noche, lo asume la luz”, afirma el arquitecto Nery González, especialista en patrimonio edilicio.
Unibar es el ámbito casi natural del encuentro de estudiantes y profesores de muchas generaciones. Su equipamiento interior y decoración le otorgan una fuerte identidad que refuerza una tradición intelectual. Con espíritu joven. Con la sensibilidad del orensano Terrazo.



Diego Pérez Bello, tercera generación del Tinkal.
Tinkal, el templo del chivito
Un símbolo mayor de la gastronomía uruguaya es, un sándwich de carne vacuna con un acompañamiento básico de jamón, muzzarella, tocino, tomate, lechuga y mayonesa, pero que puede llegar a una veintena de imngredientes, tantos como deseer probar el comensal. Uno de los bares emblemáticos de Montevideo, donde se preparan los mejores chivitos fue fundado por los inmigrantes gallegos Manuel Bello y Lucila González, ambos venidos de Celanova, Orense, que se conocieron y se casaron en la capital uruguaya.
Desde su apertura, el 10 de enero de 1970, El Tinkal está ubicado en la calle Emilio Frugoni, a pocos metros de la Rambla, donde comienza el barrio Parque Rodó.  La pareja había adquirido un almacén casi fundido en sociedad con su paisano y colega Luis Andrade. “Nuestro socio le puso Tinkal porque le gustaban los nombres con ‘T’, también por él preparé mi primer chivito en marzo de 1973, cuando me dijo: ‘Manolo tienes que hacer algo distinto a los otros, que llame a la gente’. Al otro día, cuando llegué al boliche, había un cartel enorme, pintado, sobre el mostrador: Chivito a la chilena.”
Manuel Bello y Lucila González en familia.
Aquel primer sándwich que Bello realizó obligado por Andrade era igual al último que elaboró antes de retirarse, en 2010: pan catalán abierto, caliente con muzzarella en una parte, lomo, jamón, lechuga, tomate y mayonesa en la otra mitad del pan. “Nada más, así es un chivito del Tinkal”, asegura Lucila González, por años, encargada de la cocina. “Cuando me pedían que le pusiera algo más, huevo frito, pickles, hongos, o lo que fuera, yo era muy claro con el cliente: se lo hago como quiera pero usted se pierde el verdadero sabor de nuestro chivito”, afirma Manuel creador del Chivito Tinkal, desde el que fue su territorio por más de cuatro décadas: la plancha.
Bello compartió la receta con sus nietos, Cecilia y Diego Pérez Bello, emprendedores jóvenes, que continúan su obra gastronómica. “Mantenemos y cuidamos la creatividad de nuestro abuelo. Hay algunos secretos que nunca vamos a revelar, nada complicados, porque su buen gusto está en la simpleza”, explica Diego. Su hermana y socia también invirtió para mantener el negocio en el ámbito familiar. “Cuando surgió la idea de comprarles el bar a los abuelos, no lo dudé. Esta es una empresa, en la que se trasmiten valores de generación en generación. Hacer y servir chivitos, para nosotros es un gesto cultural. Lo mejor es que así también lo entienden los clientes”, anota Cecilia.
Manuel Bello también creó un chivito canadiense distinto a los otros, más suave: pan catalán, lomo, muzzarella, jamón, lechuga y tomate. “Lo hicimos bien liviano desde el principio, pensando en clientes que deben cuidar su salud”, explica el emprendedor. La receta es continuada por sus nietos, alineados con un concepto muy actual: nutrición saludable. “También en eso fue un adelantado, cuando todos los canadienses acumulaban montañas de ingredientes y gustos, hizo un chivito sencillo, de bajas calorías”, concluye Diego Pérez Bello.
Historias del Tinkal.
El Tinkal es un espacio repleto de memoria, donde se cuentan historias que se acercan a lo increíble.“La gente de nuestra vecina cercana, la embajada de Estados Unidos, tuvo mucho que ver con que nos fuera bien. Al principio pedían hamburguesas, hasta que nos animamos a ofrecerle chivitos, enseguida unos le fueron pasando la voz a otros, y así creo que pasaron casi todos los funcionarios; pero no pedían hamburguesa, sino chivito del Tinkal.Una mañana de abril de 1970 y pico, vino un militar estadounidense que me pidió 40 chivitos. Mientras los guardaba en una caja conservadora, me animé a preguntarle qué iba a hacer con ellos, a lo que me respondió: me vuelvo a Washington y quiero que mis amigos prueben chivitos del Tinkal. ¡Nunca más lo ví!”, evoca Manuel Bello.
Sin lomo, no hay chivito. Tinkal es uno de los tres mejores lugares para comer chivito. Como dice Manuel Bello si no hay lomo no hay chivito. Ese es el secreto del éxito, pero también su simpleza y porque responde a la personalidad de su creador.” Juan Hounie, conductor del programa “Montevideo TVO”, emitido por TV Ciudad, 21 de diciembre de 2009.